El otro día amanecimos con la noticia de que una empresa multinacional, radicada en La Rioja, había tomado la decisión de cerrar su planta riojana, lo que iba a suponer un montón de nuevos parados, tanto en empleos directos como indirectos. La justificación de la decisión, tomada en Estados Unidos, parece ser el alto coste de producción: veinte dólares, supongo que por unidad de producto, frente a los dos dólares que supuestamente costaría en algún lugar del otro mundo. La noticia no tiene nada de novedosa, pues forma parte de la praxis habitual en este tipo de empresas, llamadas multinacionales, que son entes sin sentimientos y sólo obedecen a la cuenta de resultados.
Las empresas clásicas tenían un tamaño pequeño, o quizá mediano, pero, sobre todo, tenían un dueño, que era responsable de casi todo y solía conocer a sus empleados, a los que evitaba tener que despedir, porque formaban parte de su patrimonio y, también, porque se sabía quién les había dejado sin trabajo. Las monstruosas empresas de hoy no tienen dueño visible, son empresas de accionistas que sólo quieren dividendos más altos y les importa una higa si están en Europa, en África o en China, que es el lugar de moda por los bajos costes laborables y la productividad; así que, si echan a la calle a quinientas personas o a tres mil, tras una decisión tomada en el otro extremo del mundo, nadie sabe quién les ha puesto en la fila del paro ni quién es el causante de que sus hijos tengan que apretarse el cinturón.
En estos tiempos, en que tanto se habla de falta de valores –éticos, morales o del tipo que sean-, se echa de menos una suerte de ética empresarial que tenga en cuenta no sólo los resultados económicos, que naturalmente han de ser importantes, sino el puesto de trabajo de sus empleados, que también debería ser importante. ¿Qué se puede hacer, ante esta ola de deslocalizaciones empresariales que asola España y Europa y que se lleva multitud de empresas camino de otros lugares y especialmente de China? Yo no lo sé, porque no conozco los entresijos de la legalidad empresarial, pero a todo el mundo se le ocurre que una empresa que se va no debería poder vender sus productos en el país del que se ha ido, aunque no sé si la ley europea al respecto lo permitiría; pero no me cabe ninguna duda de que medidas de este tipo, tomadas por la Unión Europea, ayudarían a acabar con el “Bienvenido Mister Marshall” con que comienzan las aventuras de muchas multinacionales y que suele acabar siendo un cuento. Un cuento chino.
“ALONSO CHÁVARRI”