Ya sabemos que en las noches electorales suelen ganar todos –eso dicen ellos-, más que nada por intentar conservar el “status” privilegiado dentro del partido, que suele castigar todo lo que huele a derrota; así que para justificar la derrota vale casi todo: considerar votos o escaños a convenir; comparar los resultados obtenidos con la elección previa que más beneficie; o culpar a circunstancias de lo más variopinto del mal resultado. Todo menos reconocer que se han hecho las cosas mal y se ha sido derrotado. Por eso llaman la atención las elecciones del pasado domingo, porque hubo un partido que no ganó y ese hecho es francamente insólito. Claro que no había clavo al que agarrarse, ya que cualquier comparación resultaba adversa y el descalabro fue de tal calibre que hizo buenos los resultados de todos los demás partidos. ¡Cómo sería el batacazo que obligó al candidato a reconocer su derrota!
La noche electoral tuvo lo habitual en estos casos: euforia en la sede del vencedor, con música y D. J. como novedad, y tristeza en la del derrotado; aunque llamó mucho la atención la ausencia de seguidores en Ferraz, como si la derrota contaminase y fuese mejor mantenerse lejos de los conmilitones vencidos. Tengo que decir que, por una vez y sin que sirva de precedente, me gustó el discurso del ganador; Rajoy estuvo en el papel en que nos hubiera gustado ver a Zapatero durante la crisis: de hombre de estado convincente y conciliador y, sobre todo, con las ideas muy claras. Luego, el tiempo inclemente, la crisis, los mercados y la señora Merkel lo pondrán donde corresponda, pero su primer discurso, como futuro presidente, me dejó muy buena impresión.
No me dejó la misma impresión el debate televisivo que seguí a continuación. No me gusta cómo interpretan en alguna televisión el concepto de debate plural: un par de periodistas de cámara de los principales partidos. En los debates ordinarios y habituales sólo pierde el interés, porque ya supones de antemano lo que va a decir cada uno, pero en la noche electoral resultaba cómico observar como intentaban sacar petróleo del aire, para dejar menos mal a los suyos, sin conseguirlo. Resultó especialmente patética la intervención de uno de estos tertulianos que, como noticia de la noche, dio el escaso ascenso del partido popular en Cataluña. Son los actuales tertulianos mediáticos, muy considerados y solicitados. Mi amigo Oliverio les dice pesebristas.
“ALONSO CHÁVARRI”