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La plazuela perdida

PROMETER HASTA METER

Mentir, según el D.R.A.E., es “decir o manifestar lo contrario de lo que se cree, sabe o piensa”. Si uno escucha las intervenciones parlamentarias, o a los políticos en los medios, verá que abundan las acusaciones de mentir: la oposición acusa al Gobierno de mentir en su campaña electoral, en la que aseguró no subir los impuestos para inmediatamente subir el IRPF; en el Gobierno acusan a los socialistas de haber estado varios años mintiendo sobre el déficit; y los demás suelen acusar a los dos de ambas cosas. De esta controversia, uno saca en limpio que sale muy barato mentir, en las alturas políticas, y que engañar al electorado se ha transformado en una costumbre sin castigo.
Si los dirigentes que mienten hubieran ido al colegio en épocas recientes, paraísos de la relatividad, en las que , para los muchachos, los conceptos del bien y del mal suelen tener perfiles difuminados, podríamos entender su afición por el engaño, pero es que la mayoría se educaron en unos tiempos en los que, aunque se hubo de sufrir un penoso adoctrinamiento, se dejaba muy claro qué estaba bien y qué estaba mal, y en los colegios de entonces –también en los Pilaristas- la mentira era algo horrible y muy castigado, que hacía buenas las palabras de Lulio: “Ten miedo cada vez que no digas la verdad”; por eso extraña esta afición a la mentira.
Todos sabemos que la calumnia produce réditos y que el “calumnia, calumnia, que algo queda”, se utiliza –y más en estos tiempos de Internet- para intentar acabar con adversarios, pero queda señalado el calumniador y se suele volver en su contra, por la aceptada maldad intrínseca de la calumnia; sin embargo, la mentira goza de una extraña benevolencia y no suele volverse en contra del que la practica, a pesar de que en nuestra niñez era un estigma y marcaba al mentiroso con palabras, como embustero, trolero, bolero, mena…, que lo hacían inaceptable para el grupo.
A las personas de conciencia escrupulosa, a las que tanto nos costó aprender a mentir, aunque sólo fuera piadosamente, nos embarga la tristeza ante tantas acusaciones de mentir como se oyen en la vida política. Seguramente, en política, son más prácticas las palabras de Voltaire: “Soy muy amante de la verdad, pero de ningún modo del martirio”. Y, desgraciadamente, se sigue poniendo en práctica el chusco dicho popular: “Prometer hasta meter y, después de haber metido, olvidar lo prometido”
“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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