La Semana Santasiempre me ha resultado un tiempo de sentimientos encontrados, como suele ser la propia vida. Ya, desde niño, sentía esa contradicción entre la alegría de las vacaciones y la tristeza que envolvía aquella semana de dolor, de ayunos, abstinencias, colores morados y silencio obligado. Entonces, llegaba al pueblo un padre predicador, experto en adornar sus sermones con un aura de culpabilidad, que se extendía por los bancos de la iglesia y llenaba de miedo las conciencias infantiles. Eran tiempos oscuros, dominio de las sombras, con los papeles diarios enfermos, en cuarentena obligada, en los que la palabra libertad era indicio de subversión, el cura del pueblo mandaba mucho y conseguía cerrar los bares, las funciones litúrgicas, procesiones y horas santas llenaban los tres días de pasión, sólo aliviados por el recitado de algún poema, como “La pedrada”, al paso del “Ciomo”, las saetas que cantaban las cuadrillas de mozos, durante la procesión nocturna, y la costumbre de beber vino “apañado” en casas y bodegas, ese vino con limón, canela y azúcar que muchos llamaban hipocrás y que era exclusivo dela Semana Santa; y, como no se podían tocar las campanas, durante esos tres días, los niños, armados con matracas de madera, recorríamos las calles, golpeando los martillos contra las tablas de las matracas y gritando “a los pasos toooocan…” o “a misa toooocan…”. Mas volvieron a girar los calendarios, el tiempo inclemente corrió veloz, arrastrando en su tic-tac el lubricán de acero y llevándose consigo costumbres, tradiciones y personas, hasta transformar las certezas inmutables de la niñez en recuerdos lejanos, en apenas rastros, marcados en los viejos termómetros de infancia. Los eternos dictadores murieron de vejez; llegaron los nuevos servidores de la patria, con ligeros equipajes de mano y con nuevas ideas; y todo cambió. Desaparecieron el color morado de las iglesias, los ayunos y el silencio. El padre predicador, su verbo iracundo, sus frases latinas y su mensaje de miedo se perdió en el camino. La antes impronunciable palabra “libertad” comenzó a perder su real significado, como consecuencia del exceso de uso; los bares no volvieron a cerrarse y las procesiones quedaron como fenómenos televisivos y reclamos para turistas; y los amigos dejaron de venir al pueblo enla Semana Santa, embarcados en esos viajes vacacionales de obligada felicidad. Es ahora, sin embargo, cuando empiezo a encontrar atractivala Semana Santa.La crisis que nos ahoga ha hecho olvidar sus viajes y regresar al pueblo a los fieles amigos de la infancia. Incluso me gusta ver alguna de las películas de romanos y cristianos que, en estas fechas, ponen en televisión; y sentir, sin obligación, el extraño y hondo sentimiento de alguna procesión. Hasta he vuelto a hacer vino “apañado” y a compartirlo con los amigos. Y añoro el recitado de “La pedrada”, al paso del Ciomo (Ecce Homo), las saetas que cantaban las cuadrillas de mozos, al paso dela Dolorosa, y el ruido inconfundible de las matracas de martillos antes de gritar “a los pasos toooocan…”. Eso sí, hay una cosa que no añoro: aquel miedo de los tiempos oscuros.
“ALONSO CHÁVARRI”