Vivimos tiempos obscenos, tiempos de silencio culpable, ese silencio íntimo que genera la escasez, tiempos propicios para escribir los versos más tristes esta noche, como Pablo Neruda, tiempos de cambio, pero con mudanza obligada, tiempos de crisis. Todo comenzó en los días de exceso, cuando gobernantes incompetentes descubrieron la erótica del gasto y el endeudamiento y Madrid era una fiesta; los banqueros perdieron su rumbo y alentaron al ciudadano a entrar en una espiral de créditos en la que sólo podía seguir hacia delante, olvidando la usura; el país se lleno de casas, los ediles vieron en la especulación del suelo una forma de cuadrar los presupuestos municipales; los constructores se olvidaron del diez por ciento de beneficio empresarial y aprendieron a multiplicar, poniendo el límite en la luna; y la nación se lleno de infraestructuras ostentosas y, a veces, innecesarias, de aeropuertos sin aviones, de AVES sin pasajeros, de teatros sin actores, de polideportivos con telarañas, de rotondas faraónicas en cualquier cruce de caminos… de castillos en el aire. Todos éramos ricos y Alicia dirigía el país de las maravillas. Hasta que despertamos del sueño. Alicia se fue y llegaron damas de hierro y estrictas gobernantas, que nos recordaron qué somos y nos hicieron entregar nuestras escasas monedas para salvar a sus bancos, mientras cambiábamos el antiguo bingo por los juegos del hambre.
Sí, son tiempos ásperos, tiempos sombríos con una obscenidad de parados y su tragedia a cuestas, sin nadie que nos diga cuántos empleos se crearían si consumiésemos productos españoles; y con la desunión europea silbando a la luna de papel, o dictando leyes que acaban con sectores de producción –la mayoría de las granjas han cerrado por la crisis y por las nuevas leyes de bienestar animal, porque los ineptos de Bruselas les hacen gastar un dineral en medidas de bienestar animal, pero permiten la competencia de países que no se preocupan por ese bienestar animal, ni siquiera del racional. Es pura ineptitud o hemos de pensar mal-.
Son tiempos de zozobra y desánimo, propicios para pensar en el espíritu y en la trascendencia, pero los creyentes tienen difícil volver su mirada a la Iglesia, empeñada en dar una de cal y otra de arena. Así, mientras Cáritas está llenando un hueco importante y lleva a la práctica el mandato evangélico del bienaventurado sermón de la montaña, algún monseñor quiere dar licencia para construir una iglesia al grupúsculo de las apariciones de El Escorial, esos que veneran una virgen que amenaza con violencia a España, se aparece a la vidente, entre grotescos sonidos guturales y enfada a las víctimas de las apariciones, que hablan en la red del engaño organizado que produce pingües beneficios. Todo muy confuso y sospechoso como para que la Iglesia católica se mezcle en ello. A los que no renunciamos a nuestra tradición cristiana, nos molesta ver a un obispo dando pábulo a la superchería y nos imaginamos, otra vez, a Cristo con el látigo en el templo. ¡Qué difícil nos ponen marcar la casilla de la Iglesia católica en la declaración de Hacienda!
No cabe duda, son tiempos obscenos, tiempos de aires difíciles para alcanzar la moradas, dejada ya la casa sosegada. Es tiempo de silencio.
“ALONSO CHÁVARRI”