Las vacaciones ya no son lo que eran: meses eternos “sin escuela”, corriendo por el río con nuestros amigos veraneantes. Hubo un tiempo en que sólo tenían vacaciones los estudiantes y los desocupados, o sea los niños y los que no las necesitaban –mi padre, veterinario titular, sólo cogió, en treinta años, quince días de vacaciones, que aprovechamos para conocer el mar-. Luego, llegaron los quince días de permiso remunerado, que se pasaban en el propio pueblo, que era bonito y barato. Con el desarrollo, se generalizó el mes de vacaciones, y las agencias de viajes hicieron lo demás. Se acabó imponiendo el viaje vacacional y, cuanto más exótico y lejano fuera el lugar, más importancia se daba el viajero, que aburría a sus amigos con las indispensables fotografías. El crédito bancario y una alentada, y mal entendida, igualdad democrática acabaron confundiendo el derecho a viajar con la posibilidad económica de hacerlo, y todo el mundo pudo sentirse, por unos días, personaje de revista del corazón con pantalón playero, aunque luego el banco se quedase con sus calzones. Los pueblos riojanos fueron perdiendo aquellos veraneantes de temporada, ante la obsesión viajera que inundaba el país, y los oriundos de la tierra apenas pasaban una semana en su lugar de origen. Hasta que estalló la burbuja, los bancos cerraron el grifo del crédito y la crisis de los recortes hizo valorar cada euro, poniendo límites al afán viajero; y nuestros pueblos recuperaron el público veraniego que pasaba sus vacaciones de forma bonita y barata. Un público que ha estado tranquilo, sin los habituales sobresaltos de la prima de riesgo y los consejos de ministros de los viernes. Y es que los políticos europeos han estado de vacaciones, no han hecho declaraciones y todo se ha relajado, hasta los intereses de la deuda, lo cual sería cómico, si no fuese tan llamativamente esclarecedor. Y es que tiene muchos bemoles que sean los propios políticos europeos, con sus contradictorias y dubitativas opiniones, quienes disparen las primas de riesgo, mientras que su ausencia por vacaciones relaje el crispado clima económico que nos envuelve. Desgraciadamente todo se acaba –las vacaciones de los políticos también-, volverán a escucharse declaraciones que nos complicarán la vida y nos acercarán al temido rescate, sin que nadie entienda qué se traen entre manos estos políticos europeos ni qué intereses están defendiendo.
En fin, disfrutemos de estos últimos días de vacaciones, quienes podamos, sin la presión de declaraciones políticas, porque los días veraniegos acabarán y todo volverá a su descorazonadora rutina. Sin remedio.
“ALONSO CHÁVARRI”