Parece evidente, y mucho se ha escrito sobre ello, que la función primordial del lenguaje es servir de canal de comunicación entre las gentes, es decir que el lenguaje sirve fundamentalmente para entenderse. La utilización que a menudo se hace de los idiomas como elemento diferenciador, como disculpa para declarar la pertenencia a una tierra determinada, a un paraíso terrenal perdido, a una arcadia feliz, de raíces ancladas en los albores de la historia, casi siempre inventada, no deja de ser una perversión más del lenguaje; si bien es cierto que esto sólo ocurre con idiomas menores, con países pequeños, en cualquiera de las acepciones que quiera elegirse de la voz “pequeño”.
No es, sin embargo, esta perversión del lenguaje la que quiero plantear en esta columna, sino esa otra perversión, más generalizada y, según mi entender, tan grave como la otra, que consiste en utilizar el lenguaje de forma espuria, para que su función no sea la de servir de canal de comunicación entre las personas, sino justamente la contraria: el lenguaje tiene como función que quien escucha no entienda. Algunos pensarán que esa utilización del lenguaje no se da en la sociedad, pero es el pan nuestro de cada día; me refiero a la moda que nos invade –quizá nos haya invadido siempre-, según la cual cada rama del saber que se crea, o que se transforma, o a la que se quiere dar más importancia, comienza por crear un nuevo lenguaje experto -frecuentemente con muchas palabras inventadas, casi siempre de procedencia ajena al español e, incluso, al latín-, que se ven obligados a aprender quienes quieren estar al día en esa materia particular. Lo triste del caso es que, en la mayoría de los supuestos, no era necesario ese nuevo lenguaje, pues suele limitarse a denominar situaciones conocidas -que se podrían tratar con el lenguaje habitual y de forma sencilla- de forma complicada y con vocablos creados expresamente para el fin, que no suele ser otro sino que sólo los expertos puedan hablar de esa materia. Pueden comprobarlo si intentan leer libros de expertos en economía, educación, ciencias de… de lo que quieran. La primera sensación que tendrá el lector es la de incapacidad para entender la materia que está leyendo, la cual es una sensación falsa, pues no se es incapaz de entender dicha materia, se es incapaz de entender al inútil que ha escrito el libro. Yo llegue a esa conclusión desesperándome, al comprobar que mis estudios de matemáticas, estadística y economía no me servían para entender la declaración de la renta. Si les ocurre algo parecido a ustedes, no piensen que no están preparados para entender la materia que están leyendo, es simplemente que el poco recomendable autor está haciendo un uso perverso del lenguaje. Probablemente para darse importancia.
“ALONSO CHÁVARRI”