Se cuenta de un solterón, a quien su anciana madre no dejaba de cantinelar: “Cásate, hijo; cásate, hijo; cásate, hijo…”, que, harto de la repetida frase, contestó: “Pero, ¡con quién, madre, con quién!” Me ha recordado la anécdota cierto paralelismo con otras frases, muy repetidas últimamente en conversaciones de hartazgo sobre la política y los políticos: “¡Hay que cambiar el sistema! ¡Hay que echarlos a todos! ¡Hay que acabar con esta partitocracia!…” Frases con las que la mayoría de los españoles está de acuerdo, a tenor de las encuestas del C.I.S., que siguen manteniendo como tercer problema del país a la clase política, pero a las que falta el estrambote de la contestación: “Pero ¡cómo lo hacemos, madre, cómo lo hacemos!” Y es que es difícil acometer un cambio, cuando los sujetos de dicho cambio son los que han de tomar la decisión de hacerlo. El haraquiri se lo hicieron las Cortes franquistas, para dar paso a esta democracia, pero no veo a los actuales políticos en disposición de hacer un sacrificio para cambiar el actual estado de las cosas.
La ciudadanía ya se está hartando, poco a poco, pero sin pausa, de tantas corruptelas y prebendas como van apareciendo, sin cesar, en los medios de comunicación y que afectan al conglomerado político-sindical-bancario que nos rige, dirige y aflige. Sí, ya sabemos que los corruptos son una minoría, pero me temo que los que miran para otro lado no son pocos; de lo contrario, no se entendería que se hable de fechorías económicas, cuando no de saqueos al erario público, y todo quede en agua de borrajas. Tenemos ejemplos de todos los colores –la única característica de estos desmanes es que son estrictamente proporcionales a la cantidad de poder que detenta el color correspondiente-, desde adjudicaciones ilegales de obras, hasta los que directamente se llevaron bolsas de dinero a paraísos fiscales, pasando por financiación irregular de partidos y por…, todo está en los medios de comunicación. Y lo peor de todo es la sensación, cada vez más arraigada en la ciudadanía, de que no va a pasarles nada a estos sospechosos de corrupción.
Aun siendo grave, no es lo peor que haya corruptos entre los políticos –delincuentes, aunque sean de cuello blanco, hay en todos los lugares-, lo llamativo es que los políticos honrados, que son la mayoría, no tomen cartas en el asunto y decidan hacer limpieza, aunque eso pueda suponer diezmar sus propias filas. Si no lo acaban haciendo, una de dos, o habrá un estallido social, de consecuencias imprevisibles, o llegaremos a una situación de complacencia, en la que cualquier niño pueda decir a su madre: “Mamá, yo de mayor quiero ser político corrupto”.
“ALONSO CHÁVARRI”