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La plazuela perdida

ELOGIO Y VITUPERIO DE LAS REVOLUCIONES

 

         Desde la revolución francesa, las pequeñas o grandes revoluciones industriales han servido para mejorar las condiciones de vida de las personas, aunque, casi siempre, ha sido necesario pagar un peaje, para que la riqueza generada por los avances tecnológicos fuera redistribuida y alcanzara a todos, no sólo a los dueños del capital. Paralelamente al desarrollo económico y social, se generó un desarrollo político, que fue dejando atrás viejas prácticas caciquiles y permitió que, cada vez más, aunque fuera de manera indirecta, los ciudadanos tomaran parte en las decisiones políticas que afectaban a la vida del país. Así ha sido hasta que ha llegado la última revolución tecnológica, la del microchip, los ordenadores, Internet, las redes sociales… etc.; sin duda, ésta ha sido la revolución que en menos tiempo, y quizá más, ha cambiado la forma de vida y el trabajo de las gentes, aunque parece estar rompiendo la línea del progreso, seguida por las anteriores revoluciones industriales. En aquellas, cada avance tecnológico traía consigo un aumento de los puestos de trabajo, del salario de los trabajadores y de lo que podríamos denominar “la felicidad social”; sin embargo, la era de las nuevas tecnologías ha traído consigo el aumento del paro, la precariedad en el empleo, una disminución radical de los salarios y gran infelicidad social. Este parón, más bien retroceso, en el bienestar social, también podemos trasladarlo al ámbito político, pues la decepción ciudadana con la práctica política ha corrido pareja con la crisis económica.

         Nos queda una leve esperanza, que esta situación económica y política sea temporal, que forme parte del peaje tradicional, que ya creíamos superado, que hay que pagar para que los beneficios producidos por los avances tecnológicos se redistribuyan entre todos los ciudadanos. El progreso exige que los bienes se repartan cada vez más; si los ricos son cada vez más ricos, la clase media desaparece y la pobreza se extiende como una maldición, como está ocurriendo en los últimos tiempos, es que estamos ante un progreso bastardo, y la forma de hacer política es también bastarda, porque se está olvidando del bien común y de la pequeña economía doméstica, preocupándose sólo de las grandes cifras macroeconómicas, que son engañosas para el ciudadano y no dejan de ser el chocolate del loro.

         Es el momento de reconducir las consecuencias de la revolución de las nuevas tecnologías. Aún es tiempo. Antes de que llegue una revolución. De las otras.

                                                                        “ALONSO CHÁVARRI”

 

 

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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