Todos los partidos políticos dicen que quieren una educación mejor, pero nunca se ponen de acuerdo sobre cómo conseguirla. Creo que utilizan la educación como arma arrojadiza, en la batalla ideológica que dicen mantener, pero que, en el fondo, me temo que no existe y tapa intereses más prosaicos. Unos declaran defender la escuela pública, pero, como decía aquel, la llevaron a las más altas cotas de la mediocridad en los muchos años en que gobernaron; otros aseguran querer elevar el nivel educativo, pero recortan el dinero en becas y profesorado; y todos se muestran incapaces de llegar a un acuerdo, para establecer un plan educativo que pueda servir a los distintos gobiernos. Sólo una cosa es cierta: desde los años cincuenta del siglo pasado, en lo relativo a eficacia, cada plan educativo –yo he conocido al menos media docena- es peor que el anterior y mejor que el siguiente.
Parece ser que Finlandia es el ejemplo a seguir, por sus resultados académicos y educativos, y hay dos razones fundamentales para su éxito: las aulas tienen pocos alumnos –la mitad que aquí- y el profesorado es excepcional. La primera razón, el número de alumnos por aula, es una cuestión de dinero y quizá no sea el momento, con la que está cayendo, de reducir la ratio; la segunda razón, la calidad del profesorado, es un problema de voluntad política y aquí parece que no se quiere conseguir. En Finlandia, los mejores universitarios van a la enseñanza, porque está muy bien pagada y goza de gran prestigio social, todo lo contrario que aquí. Además, en España, se están poniendo continuamente zancadillas, para que el mejor preparado no consiga el puesto, que suele acabar en manos de algún mediocre, afín, etc. Hasta los años setenta, el profesorado que accedía a la enseñanza pública era de un nivel excelente, ya que lo hacía por oposición libre y entraban los mejores, pero, poco a poco, se comenzaron a introducir cambios en la selección: baremos de méritos, presencia sindical en la organización de los concursos de méritos, importancia de ciertos cursos… Y se consiguió lo que algunos buscaban, que los buenos expedientes, la capacidad de trabajo, la inteligencia y la buena formación no contasen mucho a la hora de acceder a la enseñanza. Ahora, no es descabellado encontrar profesores que intentan evitar los cursos altos, por falta de formación, e, incluso, que no dominan su materia o la sintaxis o la ortografía.
Nunca he entendido por qué muchos temen tanto a las oposiciones libres, si es la mejor expresión de la igualdad de oportunidades –algunos confunden qué es la igualdad de oportunidades, pues creen que consiste en que tenga la misma posibilidad de acceder al profesorado el excepcional que el mediocre-; bueno, sí lo entiendo, no les gustan las oposiciones libres porque con ellas los grupos de presión, los que buscan colocar al amiguete, no tendrían ningún poder y sólo habría profesores con alta formación. Por eso no les gustan. Esos prefieren la mala educación.
“ALONSO CHÁVARRI”