En nuestro diario LA RIOJAhe leído la frase: “El llamado liberalismo salvaje no hace más que convertir en más fuertes a los fuertes, más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos”. Pudiera pensarse que esta frase ha sido dicha por algún opositor al actual sistema económico que gobierna el mundo, por algún representante de la izquierda radical o sindical o por algún verde, pero nada más lejos de la realidad; esta frase ha sido pronunciada, en una larga entrevista, concedida al periódico italianoLa Repubblica, por el sumo pontífice, el Papa Francisco, empeñado en quela Iglesia se ponga del lado de los débiles y cambie su organización piramidal por otra más horizontal, en la que tenga más participación el pueblo cristiano. Estos cambios, que parecen tan evidentemente necesarios y que supondrían la vuelta al modo habitual de funcionamiento dela Iglesia en los primeros siglos del cristianismo, resultan novedosos y chocantes para los que hemos conocido una Iglesia que hacía entrar bajo palio, en sus catedrales, a los dictadores y que tenía poder para dirigir la vida social del pueblo, pactando con los poderosos –aún causa sorpresa ver cómo algún prelado da pábulo a supuestas apariciones dela Virgen, en España, que mueven mucho dinero.
Sí, algo se mueve enla Iglesia–y no me refiero a la polémica entre nuestro presidente Sanz y el párroco de Arnedo, que también puede ser un síntoma-, parece que, por fin, el Papa quiere llevar a la práctica el espíritu ecuménico del concilio Vaticano II, abrirse al mundo, a los no creyentes y a los pobres.
Estos movimientos enla Iglesiacontrastan con el inmovilismo y la falta de visión que hay en la política, con los políticos aferrados a sus pequeños o grandes privilegios, con los partidos dominados por férreas normas, que no permiten la entrada de aire fresco y nuevas ideas. En los partidos políticos sí que haría falta un Bergoglio, que cambiase sus estructuras piramidales por organizaciones más horizontales, en las que todos tuvieran voz y voto. Hace años, un amigo de izquierdas me confesó que había abandonado su partido, irritado porque, por medio de un enrevesado sistema de votación, se había trasladado a Madrid una opinión contraria a la real opinión de las bases.
Qué bueno sería que nuestros gobernantes se preocuparan, en estos tiempos de recortes y congelaciones, de que los fuertes no fueran más fuertes, los débiles no fueran más débiles y los excluidos no fueran más excluidos. Como quiere el Papa Francisco.
“ALONSO CHÁVARRI”