No, no han leído a Villegas. Una conclusión elemental, en estos tiempos de corruptos impenitentes, es que ni los políticos ni los sindicalistas ni los banqueros ni los empresarios, envueltos en los últimos escándalos, han leído al poeta de Matute, al riojano Esteban Manuel de Villegas, que decía: “(…) ¿Qué me sirve el dinero, / si no me ha de alcanzar lo que yo quiero? (…)”. Sin embargo, parece que lo que ellos querían alcanzar era algo más terrenal: cacerías por medio mundo, estaciones de esquí allende los mares, saneadas cuentas en paraísos fiscales…, sin tener en cuenta las palabras de Jorge Manrique: “Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos, / que, en este mundo traidor, / aun primero que miramos / las perdemos (…)”. Parece que tampoco han leído al autor de las “Coplas por la muerte de su padre”. En este país, la lectura sigue siendo cosa de raros, de aquellos que no pueden dedicarse a algo más serio, como hacer dinero de la forma que sea. Esto me recuerda el comentario que le hicieron en Bilbao a un amigo, que había ganado dos cátedras en oposición y se dedicaba a las enseñanzas media y universitaria: “Tú, que eres inteligente, deberías dedicarte a algo más serio; pon un negocio”. Hay demasiada gente dispuesta a seguir dicho consejo y también este otro: “El primer millón hay que hacerlo como sea; los demás honradamente”. Claro que algunos olvidan la segunda parte del consejo, lo de “honradamente”, y siguen intentando hacer los demás millones como sea, especialmente si el “como sea” es obtenerlo del cajón público que, como es de todos, piensan que no es de nadie. Sí, el deporte nacional ya no es el fútbol, en los últimos tiempos ha sido desbancado por el espectáculo de ver correr tras el dinero público, dinero que va a parar donde no debe y, al final, ha de ser repuesto, pero no por los que lo han hecho desaparecer, sino por los sufridos ciudadanos, que ven como suben sus impuestos para pagar los desmanes. Y cada vez entienden menos eso de que los que tienen menos hayan de pagar los excesos de los ricos.
Ahora le toca el turno a la electricidad y su ininteligible factura, de la que más de la mitad corresponde a impuestos y generosas subvenciones. ¡Qué fácil es disparar con pólvora del rey! Así, el consumidor ha de pagar parones, renovables y otros extraños conceptos que la mayoría no entiende. Y lo más doloroso es la sospecha de que, quizá, estas concesiones pudieran tener que ver con el hecho de que algunos generosos, que han dirigido el país, hayan acabado cobrando, como asesores, consejeros o ejecutivos, de empresas energéticas.
Primero, la ola de escándalos alcanzó a la construcción privada y a la obra pública; luego arrolló a la banca, siempre con la colaboración de servidores públicos; ¿acabará alcanzando a las empresas energéticas? Al ciudadano sólo le queda confiar en la espada vertical de la ciega justicia, para que recuerde a los corruptos, que no han leído a los clásicos, los versos: “(…) Sus infinitos tesoros, / sus villas y sus lugares, / su mandar, / ¿qué le fueron sino lloros? / ¿Qué fueron sino pesares / al dejar? (…)”. Eso para quien crea en la justicia. Pero esa es otra historia.
“ALONSO CHÁVARRI”