En el pueblo, en una reunión de amigos, de esas en las que se arregla el mundo tras una cena en la cueva –en la RiojaAltasiempre se han llamado cuevas a los calados de las bodeguitas-, y tras la sorprendente suspensión de funciones al juez Silva por el caso Blesa, alguien comentó: “las personas honradas suelen perder los juicios”. Hubo una inmediata división de opiniones en el grupo, lo cual resultó bien raro, pues en esas conversaciones de sobremesa, en las que se arregla el país, suele haber unanimidad, por ejemplo: todo el mundo está de acuerdo en que políticos y banqueros han sido los causantes de la crisis, en que la corrupción está generalizada, en que es una vergüenza que entregando el piso no quede saldada la deuda hipotecaria, en que perro no muerde a perro, en que …; sin embargo, con la justicia hubo división de opiniones, ya digo, muy raro. Luego, profundizando un poco más en el tema, la conversación fue muy esclarecedora y muy lógica. Quienes no habían tenido ninguna relación procesal con la justicia, la mayoría, eran bien pensados, estaban convencidos de que acudiendo a los jueces, con la verdad por delante, se ganaban los pleitos con total seguridad. Quienes habían tenido algún contacto con la administración de justicia venían a decir que, acudir a un pleito, era echar una moneda al aire y que podía ganar cualquiera, independientemente de quien tuviera la razón. Lo más llamativo era la teoría de aquellos que se habían visto envueltos en más demandas judiciales; su razonamiento era el siguiente: cuando a una demanda judicial acude una persona honrada frente a un sinvergüenza, el honrado irá con la verdad por delante, si tiene testigos los llevará y, si no, se defenderá sólo con la verdad, mientras que el sinvergüenza llevará testigos falsos y mentirá todo lo que le dejen, presentará mil papeles, aunque no tengan mucho que ver con el caso, para enturbiarlo todo y dificultar que el juez pueda ver la verdad, con lo cual la falta de honradez tiene todas las papeletas para ganar.
Alguien apostilló que daba por sentado que no estábamos hablando de jueces colocados o sugeridos por los partidos políticos, como los del constitucional, ni de aspirantes a serlo, sino que hablábamos de jueces honrados y que no se dejaban influenciar por motivaciones ajenas a la ley, verbigracia: ideas políticas, sentimientos personales, afinidad religiosa, etc.; se hizo un momentáneo silencio y, sorprendentemente, se recuperó la unanimidad del “más vale un mal arreglo que un buen juicio” y se recordó la maldición del gitano “juicios tengas y los ganes”.
En lo que hubo una completa unanimidad fue en la opinión sobre los abogados. No había ningún letrado en la cena.
“ALONSO CHÁVARRI”