El problema del bien y del mal es eterno, como eterna es la dualidad en la persona humana: ¿Es el hombre bueno por naturaleza y es la sociedad la que le hace malo, como siempre han dicho algunos, o la maldad es intrínseca al hombre, siendo la bondad solamente un accidente, una excepción que confirma la regla? La verdad es que ni lo sé ni me interesa demasiado, como tampoco me importa mucho si el mal en el mundo es permitido por Dios, por motivos desconocidos, lo cual da pábulo al ateismo militante a negar la existencia del Supremo, o es motivado –el mal en el mundo- por el hombre en uso de su sacrosanta libertad, que no me parece ni sacra ni santa, pues en nombre de la libertad se han cometido atrocidades sin cuento. Lo que sí hay es un hecho incontestable: en el mundo hay personas buenas, pero también malas personas. No sé cuáles son los motivos, si una predisposición genética, una consecuencia ambiental, educativa y social o ambas cosas a la vez, pero todos sabemos que, además de los normales –o sea “ni buenos ni malos, sino todo lo contrario”-, el mundo está lleno de personas buenas y de malísimas personas, de esas a las que les importa un bledo todo lo que no sea su particular beneficio.
Lo que no me gusta nada es la manipulación del mal y del bien, esa costumbre, instalada en muchos ámbitos, de considerar una misma situación como benéfica o maléfica, según quien sea el que resulte afectado por ella. Así, por ejemplo, el derrocar un gobierno legítimo por medio de grandes y persistentes algaradas, puede ser considerado como un acto benéfico, si aquel gobierno legítimo no era afín a ciertos intereses, mientras que, si el derrocamiento perjudica dichos intereses, automáticamente será considerado como una maldad. Igualmente, si en un país se condena a muerte a algún disidente, será considerado un hecho atroz, una maldad del régimen, siempre que dicho régimen no sea afín; pero, si en otro lugar, son condenadas a muerte cientos de personas, que resultan molestas, puede cubrirse el hecho con un ominoso silencio, pues aplaudir sería de mal gusto. También el derecho de las regiones a independizarse, o a juntarse con otras, puede ser aceptable o imposible de aceptar, según qué regiones sean o a quién quieran acercarse.
Si entramos en las declaraciones partidistas, propias de la política, entonces el concepto del bien y del mal desaparece sin más, pues antes de juzgar si un hecho concreto es bueno o malo, se estudia quien es el sujeto del acto: si es de los nuestros, es bueno, pero, si es de los contrarios, es malo. Al menos aquí no nos llaman a engaño, pues parecen seguir fielmente los versos de Calderón:
“Del más hermoso clavel,
pompa de un jardín ameno,
el áspid saca veneno,
la oficiosa abeja miel.”
“ALONSO CHÁVARRI”