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La plazuela perdida

ELOGIO Y CENSURA DE LA EDUCACIÓN

         He criticado, a menudo, la educación nacional-católica con la que crecí, no tanto por el sesgo nacional o católico de aquella mala educación, que también, como por los efectos colaterales de un sistema educativo obligatorio que tanto influyó en la vida de los que íbamos a ser formados. El barniz nacional de aquella educación, con Formación del Espíritu Nacional como asignatura obligatoria, cánticos gloriosos e imágenes de Franco y José Antonio presidiendo las aulas, desapareció en cuanto pisamos el mundo, o la universidad, que vino a ser lo mismo, ya que la universidad era –y siempre debió seguir siéndolo- el mundo de la cultura, la apertura y el pensamiento; en realidad, aquello, desde un punto de vista educativo, no nos hizo demasiado daño, pues ya se sabe que “contra Franco vivíamos mejor”, salvando todos los casos que hay que salvar. En cuanto al catolicismo excluyente, que ensalzaba el rezo repetitivo y el sacrificio inútil, y en el que casi todo lo agradable era pecado, hizo menos daño a quienes se saltaban las normas, los más perjudicados fueron los “buenos”, los que seguían, sin dudar, todos los preceptos religiosos, pues se encontraron con ridículos problemas de conciencia y una nefasta educación sentimental.

         Sin embargo, estoy contento con los conocimientos adquiridos en aquel sistema educativo, trasnochado y caduco en muchas cosas; estoy satisfecho con la capacidad para el cálculo mental que me proporcionó, con la enseñanza memorística, tan denostada ahora, que me permite recordar, de forma literal, párrafos del Antiguo y del Nuevo Testamento, de Geografía, de Historia Universal o poemas clásicos de nuestra literatura, lo cual me evita tener que acudir constantemente a Google o a Wikipedia, que son herramientas ausentes en las plácidas conversaciones con amigos. Un catedrático universitario de Literatura, buen amigo desde nuestra juventud, recordaba cómo, cuando éramos bachilleres, conocíamos canciones del Romancero, letrillas del Siglo de Oro, etc., y ponía como ejemplo la serranilla del Marqués de Santillana: “ Moza tan fermosa non vi en la frontera (…)”, que era desconocida para buena parte de sus estudiantes universitarios de Filología.

         Tal vez no sea necesario, en los tiempos tan poco reposados que corren, con autopistas de información que dominan nuestra vida, saber hacer las cuentas mentalmente, si podemos acudir a la calculadora de nuestro teléfono móvil, o quizá no sea preciso recordar el villancico: “Tres morillas me enamoran en Jaén: Aixa y Fátima y Marién (…)”, y puede que sea más importante, para el futuro laboral, circular con rapidez por las autovías de Internet que saber analizar con espíritu crítico una información o una columna del periódico, pero me da cierta pena que, con tanto dominio de la técnica, no siempre se sepa apreciar la belleza que anida en el contorno sinuoso y esquivo de las palabras.

                                                                     “ALONSO CHÁVARRI”

 

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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