Leyendo, en el romancero, el anónimo que dice: “¡Arriba, canes, arriba! / ¡que rabia mala os mate! / en jueves matáis al puerco / y en viernes coméis la carne (…)”, di en reflexionar sobre perros, mejor dicho sobre la vida que llevan los perros. Ya es indicativa la frase: “Fulano lleva una vida de perros” para saber que, tradicionalmente, los perros no han vivido muy bien, excepto en algunos países asiáticos, donde todavía los cuidan y engordan para comerlos, como aquí hacemos con los corderos; conozco algún pueblo riojano en el que, hace cincuenta años, las cuadrillas de mozos merendaban cachorros, aunque era un hecho poco usual. Generalmente, los perros malvivían, comiendo las sobras huesudas de las casas y buscándose el condumio en vertederos y aguadojos. Y tenían un sentido exclusivamente utilitario. Las cosas, supongo que afortunadamente, aunque nunca se sabe, han cambiado mucho y ahora los perros son, en muchos casos, un miembro más de las familias, disponiendo de veterinarios propios, peluquerías e, incluso, en ocasiones extremas, psicólogos. Que ahora los perros viven mejor, no cabe duda, pero la pregunta es: ¿son los perros mascota, de hoy en día, más felices que sus homónimos de antes? Me surgen dudas más que razonables, y no sólo por el hecho de que los perros de ahora, muchos castrados o eliminado el celo por el veterinario, vivan encerrados, mientras antes andaban a su libre albedrío por calles y veredas.
Yo tengo dos perros, aunque propiamente uno es de mi hijo, y llevan vidas muy distintas: uno es un pinscher , que se llama Gordito y vive en casa con todas las comodidades, come lo que quiere y cuando quiere, aunque muchas cosas no le gustan, se tumba en los sofás y en las camas y, aunque tiene su caseta, no la suele usar, vamos que se pega la gran vida, aunque tiene miedo a casi todo; el otro es un drahthaar, llamado Sisobra -como el perro de uno de los personajes, en mi novela Tasugo, llamado así porque, como dijo el amigo del protagonista: “a este perro le llamaremos Sisobra, porque comerá solamente si sobra.”-, vive en la huerta, en un cercado con caseta, come, una vez al día, pan duro mojado con sobras de comida: huesos, restos de verdura y peladuras, le gusta todo, excepto las vainas pilosas de las habas, nunca protesta y se pasa la mayor parte del día solo.
Todo parecería indicar que Gordito, en su vida de comodidades y caprichos, es el perro más feliz del mundo, mientras que Sisobra ha tenido mala suerte y le ha tocado llevar “una vida de perros”, pero no es así: Gordito no es un animal que disfrute de la vida, suele estar triste y, en el momento en que se queda solo, no deja de ladrar y llorar, hasta que volvemos. Por el contrario, Sisobra siempre está contento y, cuando le sacamos a pasear al campo, disfruta lo que no está escrito. Y no le teme a nada. Sin duda, son un ejemplo de que “la buena vida” no da la felicidad. Exactamente igual ocurre con las personas: quien más tiene no es el más feliz, a pesar de la propaganda que se empeña en asociar felicidad y riqueza. Además, la riqueza y la pobreza son estadios relativos, en la mayoría de los casos y salvando situaciones que jamás deberían darse, porque, como escribió el Infante don Juan Manuel, en ese hermoso libro de conversaciones entre el conde Lucanor y su consejero Patronio:
“Por pobreza nunca desmayéis,
pues otros más pobres que vos veréis”.
“ALONSO CHÁVARRI”