Puede resultar chocante que un partido decida suicidarse políticamente, pero es más frecuente de lo que parece y, lo que ven los ciudadanos con meridiana claridad, se les oculta a los dirigentes, que parecen ver un mundo distinto, ajeno a la realidad. Ya sucedió con Unión de Centro Democrático (U.C.D.), que en la transición, por diferencias internas, pasó de gobernar a desaparecer en escaso tiempo; un ejemplo más reciente es U.P. y D., el que era partido de Rosa Díez, que por no unirse a Ciudadanos, en una operación que resultaba evidente para todos, excepto para algunos de sus dirigentes, se ha autodestruido y lleva camino de desaparecer. Sin embargo, el caso más llamativo es el de Podemos, porque lo tenía todo a favor, antes de que comenzara a tirar sus posibilidades electorales por la borda. Podemos hizo lo más difícil, en política, y en un asombroso plazo de tiempo: darse a conocer. Comenzó con un discurso atractivo, en un momento de hartazgo de la ciudadanía, por los innumerables casos de corrupción y por la incapacidad de los partidos tradicionales para dar solución al problema; y con un lenguaje distinto: por fin oíamos hablar de política de forma correctísima, sin tópicos, llamando a las cosas por su nombre y con buen uso del lenguaje. Su mensaje inicial, cambiando el tradicional izquierda-derecha por el novedoso los de arriba-los de abajo, caló en los ciudadanos y les hizo pensar que estaban ante algo distinto a los políticos de siempre; y Podemos consiguió expectativas de voto del veinticinco por ciento, situándose, en las encuestas, como primer partido. Y, entonces, los militantes de Podemos decidieron hacerse el harakiri. Los mensajes claros de sus principales dirigentes, que les alejaban de la retórica marxista de la izquierda tradicional, aquella que tenía un techo del diez por ciento, dieron paso a intervenciones de secundarios, en las que se veían los “tics” clásicos de la izquierda extraparlamentaria de siempre –el problema de tomar decisiones de forma asamblearia tiene sus ventajas, pero se cuelan personas incontrolables que estropean el discurso-, y, sobre todo, con la llegada al poder municipal, comenzaron a realizar acciones simbólicas, que no sirven para casi nada importante, y que molestan a la mayoría de los votantes: retirar símbolos de la monarquía, que es de las pocas instituciones que funcionan bien; cambiar nombres de calles, para irritación de los afectados, además de parecer de un revanchismo obsoleto; no acudir a los actos de la fiesta nacional, dando la sensación de ser contrarios al ejército y de poco patriotismo –hay posibles votantes a quienes esto les molesta-; y cosas similares, que siempre preconizaba la izquierda más montaraz y que están haciéndoles perder el crédito. A mí me han recordado aquellos partidos de otras épocas: leninistas, troskistas, maoístas…. Sí, ya sé que en Podemos, junto a la mayoría sensata, coexisten estas tendencias y que tienen derecho a exponer sus ideas, pero ya se sabe que, con sus discursos viejos, caducos y extremos, el techo electoral es del diez por ciento, como estamos hartos de comprobar con Izquierda Unida. Eso lleva camino de ocurrirle a Podemos, en las elecciones del 20-D, si siguen así. Lástima por Íñigo Errejón, que es un político como pocos. Y con dominio del lenguaje. Que no es poco.
“ALONSO CHÁVARRI”