El otro día, en la concentración a favor de la familia, acto al que acude un determinado sector del catolicismo, entre la colección de pancartas en las que se hacía apología de los hijos propios, con fotografías de dichos vástagos, llamó mi atención una pancarta individual, en la que el manifestante había escrito la frase: “12 hijos, 12 bendiciones”. No discuto que, en general, cada hijo sea una bendición, pues en los genes humanos está incluido el amor desmedido y desinteresado a los hijos, pero no me gustó la actitud vislumbrada en ciertos miembros del grupo manifestante –muchos creen que es secta- de considerarse “generosos y responsables”, por el hecho de tener muchos hijos; lo cual lleva consigo la insinuación de irresponsabilidad y egoísmo de quienes tienen pocos hijos.
Partamos de la evidencia de que es condición indispensable, para que una mujer pueda tener doce hijos, que la inmensa mayoría de las demás no los tengan, pues un sencillo cálculo matemático nos permite conocer que, si los miles de millones de mujeres de la especie humana tuvieran doce hijos, la población humana entraría en números críticos y desaparecería, por su propia contaminación y por hambre. La prueba del algodón, de cualquier estilo de vida, es comprobar si sería viable en el caso de que lo practicaran todos los hombres; ha habido estilos de vida alternativos que sólo eran viables si los practicaba una minoría, por ejemplo: el movimiento hippy de “haz el amor y no la guerra”, en el que se vivía casi del cuento, pero se comía de lo que producían los demás; o esos que viven de la especulación bursátil o dineraria, y que sólo lo pueden hacer si hay otros que producen y crean riqueza. Lo mismo ocurre con estos propagandistas de la natalidad desmesurada: sólo pueden llevarla a cabo sabiendo que los demás no lo harán, si no, sería un atentado contra la humanidad. Lo más curioso de estos excesos paternos es que suelen hacerse por motivos religiosos, lo cual incrementa el dislate, pues, si Dios ve con buenos ojos esa natalidad desmesurada, todos deberíamos ponerla en práctica y acabaríamos con la humanidad en pocos años.
Viene a mi memoria un razonamiento moral, en el que se argumentaba que no habría superpoblación hasta que la tierra tuviera 1000 millones de habitantes –entonces tenía 600 millones- por lo que había que tener todos los hijos que Dios enviase. Ahora, ya somos 10 veces más de lo que, entonces, los teólogos consideraban superpoblación. Estamos en un momento, de la evolución social de la especie, en que la sensatez es más necesaria que nunca, y, si alguien decide tener doce hijos, al menos que no presuma por ello, pues su egoísmo llevaría implícito el pecado de atentar contra la especie.
“ALONSO CHÁVARRI”