El título no se refiere al embutido, ese lomo picado del cerdo, apañado con
La otra tarde, hablando de estos últimos chorizos, al olor de una parrilla con los primeros, decía un amigo agricultor que ahora “todo es objeto de robo”, que el campo es un inmenso tablero de ajedrez en el que cada casilla tiene un número para los ladrones: los objetos pesados y metálicos –como pueden ser equipos de riego, motores, maquinaria, incluso pesada, etc.,- son el número 1, son robados con grúas y camiones especiales; el cobre es el número 2, suele durar un suspiro, por lo solicitado, igual pueden robar los canalizos de una ermita que cables de la luz –y dejar al lugar sin electricidad, como es el caso de un pueblo riojalteño-; los bienes, albergados en edificios, son el número 3, el robado suele saberlo con antelación, porque antes ve, a los que se lo van a quitar, entrando en su propiedad privada y mirando dentro, sin ningún rubor; los productos del campo son el número 4, aunque esto no parece robar, porque lo hacen descaradamente, incluso ante su dueño, cual si estuvieran haciendo un favor; y así sucesivamente… Igual pueden desaparecer dos bicicletas de un portal como el gasóleo de un coche, un saco de patatas o todos los electrodomésticos de la casa, las muletas de un anciano, a plena luz del día, o una docena de corderos, con nocturnidad y alevosía, un motor de riego en una finca o la última adquisición mecánica del Ayuntamiento, material de construcción o botellas de un bar… Otro amigo comentó –no sé si exageraba- que todas las semanas salía un camión de gran tonelaje, desde la ribera del Ebro, con maquinaria robada, hacia un país europeo cercano a los Balcanes; y un tercero pedía un certificado de origen a todos los productos que se venden de manera ambulante y en mercadillos, porque sospechaba de algún origen dudoso.
Hay una diferencia entre estos ladrones de nuevo cuño y variopinto origen y los ladrones de antaño, que eran “gente honrada”: antes robaban de forma discreta, sabiendo que hacían algo reprobable, mientras que ahora saquean por la cara, creyéndose con derecho a hacerlo y, si son sorprendidos, se enfadan mucho, por no dejarles llevar a cabo sus robos en paz.
Reconozco que me cuesta asimilar esta nueva situación, incluso me indigna, porque estos chorizos, con bula de no sé qué cruzada, no me gustan nada. Los otros, los de lomo, sí. Y mucho.
“ALONSO CHÁVARRI”