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La plazuela perdida

¡TODOS A LA CALLE!

Lo sospechábamos casi todos. No hacía falta ser un lince para darse cuenta de que unos malhechores tienen más probabilidad de cumplir sus penas que otros. Y, en este caso, estaba cantado que irían todos a la calle. Mi amigo Teódulo, que es aficionado a las películas de juicios e, incluso, le gusta, cuando puede, acudir a vistas en los palacios de justicia, lo dijo muy claro, mientras asaba unas sardinas en la bodega “En uno o dos meses están todos en la calle. Y ni siquiera les va a hacer falta un abogado como Charles Laughton” -no he dicho que aquella película de Billy Wilder, que se titulaba “Testigo de cargo”, en la que Charles Laughton se come, interpretativamente, a Tyrone Power y Marlene Dietrich, es su favorita-. Y, cuando le preguntamos en qué se basaba para pensar que soltarían a todos, dijo, muy convencido “En dos cosas: en que hay algún político metido en el ajo y en que son chinos.” Excuso decirles los comentarios que se mezclaron con el olor de las sardinas: que si los políticos siempre salen; que por qué les sueltan sin devolver lo robado; que si fulanito está viviendo en Zaragoza y del dinero nada se sabe; que si no saliesen de la cárcel, hasta devolver lo robado, otro gallo cantaría; que si los chinos tienen mucha deuda española y no hay que enfadarles… ya saben, lo de siempre.

La verdad es que, cuando se hizo la redada, parecía una operación importante, con delitos graves y variados, con mucho dinero en el carrito del hipermercado, con mucha gente implicada y con apariencia mafiosa, que hacía esperar penas importantes para muchos de los implicados. El día en que soltaron al concejal, ya vimos que podíamos estar equivocados y que, al final, acabarían todos en la calle. Lo que no era de esperar es que el motivo fuera un error de práctica judicial o policial -yo de esto no entiendo-, y que la excusa para liberarles fuera que se sobrepasó el tiempo permitido de detención. Sí, todo muy ridículo y grotesco, aunque lo digan en televisión con caras muy serias.

Entre unas cosas y otras, la ciudadanía está cada vez más desengañada. La corrupción es el río que no cesa, los programas electorales son papel mojado y nadie recorta lo que los ciudadanos quieren. Es como si hubiera dos varas de medir, una para los ciudadanos corrientes, los que se quedan sin trabajo o les recortan los sueldos o les suben los impuestos, y otra para los ciudadanos especiales, aquellos a los que no intimida el futuro porque lo deciden ellos. Sí, ¡todos a la calle! Empezando por alguno dela Carrerade San Jerónimo.

                                                            “ALONSO CHÁVARRI”

 

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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