“Turbias van las aguas, madre, / turbias van; / mas ellas se aclararán”. Nos cuesta compartir el optimismo de este romance gongorino, porque son aguas fecales las que enturbian la actividad política, en la que los contendientes -a pesar de que no cabe en una columna el relato de los casos de corrupción, como hace unos días demostró en nuestro diario el columnista T.L. Gross- siguen dedicados a intentar mover la silla de sus oponentes; pero ya no sirve la estrategia del “y tú más”, ya no cuela entre los ciudadanos el “quítate tú que me pongo yo, que lo voy a hacer mejor”, porque se ha instalado en la conciencia ciudadana el convencimiento, como indican las encuestas, de que muchos políticos forman parte de un problema, más que de una solución. Y es una lástima, porque los políticos son necesarios para dirigir el país; y algunos son muy válidos.
Las medidas de transparencia, que ahora se quieren tomar, llegan un poco tarde, antes hubieran servido, pero ahora los ciudadanos ya no se fían de declaraciones de la renta, de control de cuentas partidarias, de declaraciones de honorabilidad o de demandas judiciales, pues les suena a triquiñuelas para ganar tiempo y que todo se diluya o se olvide. Tampoco sirve el apelar a las ideas, el culpar a la derecha insolidaria o a la izquierda revanchista de todos los males, mientras continúan apareciendo casos de corrupción, como aparecen las chiribitas en primavera, sin distinción de prado. Sólo se me antoja posible la solución de coger al toro por los cuernos y que comiencen a irse de la política bastantes de los que ahora nos dirigen o pretenden hacerlo. Muchos. Todos los que se han visto rozados por escándalos, corrupciones o, simplemente, situaciones de falta de ética o de estética. Y los que sigan han de hacerlo con nuevas premisas y nueva filosofía política. ¿Cómo se organizaría esta nueva etapa? Yo creo que no harían falta demasiados cambios, bastaría, por ejemplo, con algo así:
1º- En las empresas públicas sólo trabajarán funcionarios de carrera; así se evitaría la creación de esas miles de empresas innecesarias, en las que se paga sueldo a quien conviene.
2º- Los políticos no tendrán asesores. Si necesitan asesoramiento, acudirán a funcionarios especializados; así desaparecerán esos miles de asesores que no se sabe qué asesoran.
3º- De subsecretario para abajo no habrá cargos políticos, sino funcionarios de alto nivel.
4º- Los partidos y sindicatos se financiarán solamente de sus afiliados y no podrán recibir subvenciones ni donaciones. Los ingresos y gastos serán mínimos, porque las campañas electorales sólo se harán en las televisiones públicas.
5º- Los políticos no podrán decidir qué empresas realizan obras públicas ni qué terrenos son urbanizables, pero controlarán la gerencia funcionarial que tome estas decisiones.
Con esto y poco más creo que habría una sana regeneración en la clase política, que recuperaría la vocación de servicio público. Y, como escribió Cervantes: “Madre, la mi madre, / guardas me ponéis; / que si yo no me guardo, / no me guardaréis.”
“ALONSO CHÁVARRI”