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La plazuela perdida

LOS LADRONES DE SAN MATEO Y MARCIAL

 

 

         San Mateo golpea, como siempre, la aldaba del otoño y trae con él su ración de abundancia: es hora de recolectar pimientos, caparrones, melocotones, peras… y, sobre todo, uvas, que acabarán en los modernos depósitos de mosto, pero que nos traerán recuerdos de lagares y tinancos, corquetes y comportas, trujales y pellejos de vino; y de niños corriendo y remostando en la cara del amigo o de la mocita un racimo de uvas, a la vez que gritan “el lagarejo, el lagarejo…”. Sí, San Mateo nos trae, además de las fiestas, momentos y recuerdos felices, pues ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor, por la evidente razón de que éramos más jóvenes; pero la modernidad nos trae, junto al santo y al inicio del otoño, viajeros no deseados, ambulantes no queridos, amigos de lo ajeno, que extienden su afán por la geografía riojana y perturban la vida de sus gentes, sobre todo en los pueblos pequeños. Así, es fácil observar el temor de los paseantes habituales ante la presencia de coches, ocultos en los recodos de los campos, con ocupantes desconocidos que observan no se sabe qué, pero que no es difícil de imaginar. Los jubilados, cada vez más, abandonan sus huertecillos, si no están en cercados o cerrados, porque son esquilmados sistemáticamente por los amigos de lo ajeno. Los agricultores ya saben que un pequeño porcentaje de sus fincas de verduras es para estos amigos del hurto, pero llama la atención que se ceben con los pequeños huertos familiares. También abundan ambulantes atrevidos con curiosas técnicas de robo; así, el vendedor de melones, que no tiene ningún justificante para la venta y en el que el origen de su mercancía se puede imaginar, solicita a unos ancianos permiso para ir al baño de su casa y aprovecha para quedarse con el dinero de la mesilla; y el mismo, u otro, vendedor de melones pide agua a una anciana y consigue, con curiosos subterfugios, cambiarle unos billetes de cincuenta euros por otros falsos. O las chicas foráneas que suben directamente al piso de unos impedidos y les hallan el dinero y las escasas joyas. Siempre a personas indefensas. Pero el robo más atrevido ocurrió en la iglesia del pueblo; lo cometieron dos muchachas, con acento extranjero, a una señora mayor con problemas de movilidad: le preguntaron por la sacristía y, en agradecimiento por su amabilidad, le regalaron un escapulario, que intentaron abrochar en su cuello, pero, en vez de eso, le quitaron la medalla de oro de la Virgen y patrona. Todo muy profesional. Sí, San Mateo llega con su cuerno de la abundancia, pero también trae consigo esa legión de ladronzuelos, que no tienen empacho en aprovecharse de los más débiles. Aunque siempre quedará el consuelo de las palabras del epigrama de Marcial: “Las riquezas que entregues a otros, serán las únicas que realmente poseerás siempre”. Claro que lo hermoso sería entregarlas, no que te las quiten.

                                                                 “ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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