En nuestro país, no sé si con razón o sin ella, siempre hemos tenido fama de ser un poco “chapucerillos”; el engaño en el trato, en tiempos pasados, formaba parte de la tradición del trauquinto -el gitano que quería vender a mi abuelo una mula ciega diciéndole “tuerta no es, ciega ya lo ves,” mientras pinchaba al animal para que moviese la cabeza, al acercarle el dedo al ojo, no hacía sino seguir esta tradición-, al igual que la perfección, en el trabajo de chapuza, era sustituida por la mediocridad, acuñada en la frase habitual “tira, que ya vale”. Aunque esta tradición del trabajo de chapuza mal realizado, en buena medida y afortunadamente, haya pasado a mejor vida, siempre quedan residuos difíciles de erradicar -no me refiero a las altas finanzas, que ahí, como bien sabemos, la tradición del trabajo mal realizado ha alcanzado su máximo esplendor-.
Me ha venido a la memoria lo del “tira que ya vale” por la gestión del ébola, que nos ha sorprendido a todos, o quizá no tanto, por lo desastrosa que fue en su principio. Así, parece que, quienes eligieron la protección del traje que llevan los sanitarios para atender a los enfermos, en vez de elegir la máxima, se quedaron con el “tira que ya vale”; o también “tira que ya vale” con esta ambulancia normalita, en lugar de la especializada; o “tira que ya vale” con mandar al hospital de Alcorcón, en vez del centro de referencia Carlos III; o “tira que ya vale”…; sí parece que hubo demasiados “tira que ya vale”.
Pero, quizá, lo peor de la gestión del asunto del ébola no ha sido tanto el “tira que ya vale” como la propia primera decisión de repatriar a los misioneros contagiados, para que pudieran morir en su patria, en lugar de proporcionarles allí, en África, el tratamiento y los cuidados paliativos necesarios, haciendo correr un riesgo innecesario a la ciudadanía. Ignoro si el Gobierno lo hizo para dar la impresión de país de primera en el mundo, cuando es bien sabido que no podemos compararnos, sobre todo en gobernantes -si un día falta la vicepresidenta, Dios no lo quiera, no sé que sería del gobierno de nuestra nación-; o quizá quiso congraciarse con la Iglesia, trayendo a los dos misioneros -en el caso del espeleólogo y en otros no se percibió la misma diligencia-; o tal vez lo hiciera por humanidad por ser caritativo, y esto, paradójicamente, es lo más grave, porque el señor Rajoy o la señora Mato pueden ser caritativos y bondadosos -y sería loable y conveniente que lo fueran, como debiéramos serlo todos- pero el presidente del Gobierno Español y la ministra de Sanidad no pueden permitirse el lujo de serlo, porque sus decisiones deben buscar el bien común de los españoles; y poner en riesgo de epidemia mortal a millones de ciudadanos no puede justificarse en la virtud teologal de la caridad cristiana. Fuese cual fuese el motivo del gobierno para dicha repatriación de los misioneros, no cabe duda de que olvidaron un detalle muy importante: que los traían al país del “tira que ya vale”.
“ALONSO CHÁVARRI”