Me proponía analizar políticamente, a conciencia quiero decir, la noticia de que el Partido Riojano y Ciudadanos de Logroño irán cada uno por su cuenta a las elecciones del 22 de mayo. Pero únicamente se me ocurría una explicación coherente: que Julio Revuelta, tras sentir el rechazo, por supuesto de sus ex compañeros pero también de su círculo más o menos cercano por su incoherencia de aspirar a la plaza de concejal que despreció hace cuatro años, se lo haya pensado y se vaya para casa.

Miraba entonces hacia el Partido Riojano y no me cabía en la cabeza que sus dos máximos dirigentes hicieran públicas unas negociaciones sin cerrar ni siquiera unos mínimos (el reparto de poder y, por consiguiente, de ‘pasta’), hasta el punto de decapitar a su número uno, Ángel Varea. Supongo que ahora el concejal regresa como cabeza de lista y, supongo también, que con la cabellera en el zurrón de Miguel Gómez Ijalba, su supuesto segundo hasta que le adelantó por la derecha.

Pero no me creo tamaño despropósito -ni aún programado de antemano por un ‘hombre de negro’-, así que prefiero fabular por mi cuenta para hallar una explicación más coherente a este vodevil. Y he hallado una: Julio Revuelta es en realidad un infiltrado del PP. Conocida la aspiración de Pedro Sanz de terminar con el Partido Riojano (PR), la intromisión del ex alcalde en el panorama político riojano ha sido el golpe más duro que podía dar a la formación regionalista.

Ni la ruptura unilateral de 1999 del acuerdo parlamentario que dejó con un canto en los dientes y sin grupo parlamentario a los regionalistas; ni la reforma a la baja para los minoritarios de las asignaciones a los grupos municipales de Logroño en el 2005, que ejecutó en su día el propio Julio Revuelta, ha tenido un efecto tan feroz como el esperpento que han protagonizado los dirigentes del PR.

Y puestos a fabular, encuentro una segunda explicación alternativa: en realidad, Revuelta es un infiltrado del PSOE, que ha pasado de tener a su alcalde y candidato sometido a lapidación pública por unas contrataciones cuando menos irregulares -de las que si bien es cierto no tenía responsabilidad directa tampoco supo hacérselas asumir a las que la tenían-, a frotarse las manos tras la cortina.