La cocina electoral
Me acuerdo de aquella vida anterior en el que regenté un restaurante con un menú básico, pero eficaz, de huevos con patatas fritas que me hizo conocido en el barrio, luego en la ciudad y me permitió mantener el chiringuito abierto e incluso ampliar el número de mesas. Mi cocinero no sabía mucho de alta cocina, pero era bueno con los huevos y mis clientes estaban satisfechos.
Todo iba bien hasta que contraté un joven ‘maitre’ para mejorar la atención a mis fieles clientes. Ambicioso él, y ávido por demostrar que con él no había límites, el ‘maitre’ me embarcó en una ampliación de negocio y me sugirió un nuevo cocinero que, después de haber cosechado reconocimientos en los mejores restaurantes de la ciudad, cambió mis huevos con patatas y pimientos de toda la vida por un sofisticado plato de puestas de corral sobre un lecho de productos de la huerta.
Sucedió, como en el Cuento de la Lechera, que el cocinero que contraté por indicación del ‘maitre’ me dejó plantado a la primera de cambio y me vi obligado de nuevo a recuperar urgentemente al especialista en huevos con el que realmente había compartido mi andadura restauradora. Ahora bien, para cuando recuperé la cordura, mi clientela se había cabreado y, pese a la fidelidad demostrada en los momentos más difíciles, se habían ido al restaurante de enfrente.
Como de cocina hablamos, pongan ustedes la guinda a este postre e identifiquen por su nombre al primer cocinero, al segundo y al ‘maitre’.
Dónde se cuecen las habas, dónde el orégano no es monte, dónde se alinea la ensalada a la riojana y dónde se echa sal a la vida. Todas estas cosas maravillosas, y muchas más, suceden en el mismo sitio: en la cocina. Allí fue donde el Partido Riojano y Ciudadanos de Logroño intentaron cocer un pastel electoral, que, sin apenas amasar, acabó chumascado víctima de la hoguera de las vanidades causando además malestar intestinal (¿gases?) a quienes lo hornearon.