Poco, o nada, tiene que reflexionar a estas alturas este cocinero ante la jornada electoral del 20-N. Ocupaciones laborales me han llevado esta semana a Nueva York, un destino que muchos definen como el viaje de su vida, pero que a mí me deja frío. Por allí estaban los indignados de ‘Wall Street’, la madre de todos los movimientos de ‘indignación’. Manhattan es un lugar de paso, sin alma. Tiene alrededor de 1,5 millones de habitantes ‘fijos’, que soportan alquileres mensuales de unos 6.000 euros, aunque la población se multiplica por cuatro con la gente que trabaja en los grandes edificios financieros y en los bajos comerciales, de restauración y de ocio, sin contar con el continuo reguero de turistas que, de norte a sur o sur a norte, caminan por las doce avenidas de la isla.
Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York, cobra un dólar al año de las arcas públicas (gana cientos o miles de millones con su corporación informativa), aunque gran parte de los trabajadores reales (inmigrantes) en la City perciben el salario mínimo (unos 1.400 dólares al mes) y se ocupan del servicio, la limpieza, la atención comercial y de los Mc Donalds y similares.
Un salario que, con el nivel de vida de Nueva York y, sobre todo, con la estafa inmobiliaria, les obliga a acogerse a las viviendas sociales si pueden, ya que, aunque las hay -se identifican porque son edificios de ladrillo de unas 20 alturas de ladrillo rojo- y están en Harlem, en el Bronx, en Brooklyn e incluso en Queens -junto con Staten Island los otros barrios residenciales de Nueva York- no llegan para muchos. En este sentido, la ciudad, en su conjunto, tiene unos 8,2 millones de habitantes, aunque se estima que hay otros dos millones (inexistentes) de indocumentados, es decir, un 20% que, por supuesto, no tiene acceso a ninguna ayuda social.
En Brooklyn vive la mayor comunidad de judíos ortodoxos del mundo: los judíos son los dueños de varias de las grandes corporaciones financieras, de los principales negocios de lujo y joyería, de la supercadena BH de imagen y sonido y, por supuesto, de muchas de las tiendas de moda de las mejores avenidas de Manhattan. En su barrio (el ortodoxo) de Brooklyn viven de acuerdo a la austeridad que les exige su religión, aunque , para mí, lo más impresionante de Nueva York es el Bronx.
Nueva York tiene 75.000 policías (sólo unos 25.000 visten uniforme) y en el Bronx está la conocida comisaría de la película Fort Apache (Paul Newman). En sus calles más conflictivas, pese a ser un distrito enorme al que sólo unas cuantas manzanas le han dado la fama que tiene, los murales de las paredes recuerdan a pandilleros muertos en peleas y a chicos abatidos por la policía como Amadou Diallo, un inmigrante de Guinea que fue acribillado por 41 disparos de cuatro policías del Bronx en febrero de 1999.
(*) La primera imagen es una casa de la zona noble de Queens, ocupada por asalariados de Wall Street.
(**) La segunda es el mural en memoria de Amadou Diallo (en la ventana de la izquierda hay varios balazos) acribillado por 41 disparos de cuatro policías en una calle del Bronx.
Las calles conflictivas del Bronx tienen edificios marcados por la policía, uno sí y otro también, advirtiendo de que están controlados por tráfico de armas o de drogas y que si alguien está allí dentro sin justificación será inmediatamente detenido. En las puertas y ventanas, muchas de ellas de acero, se aprecian los agujeros de las balas, mientras que las escuelas son ‘bunkers’ cerrados por mallas de acero para aislar a los alumnos del exterior (son cacheados y pasan por detectores de metales al entrar todos los días) y evitar que puedan recibir armas dentro. Las pistas deportivas son jaulas con candados cuyas llaves tiene la policía y que cierra cuando los ánimos se exaltan entre dos pandillas hasta que se les baja el subidón. Ningún guía aconseja pasar por estas calles en horario nocturno, tanto por los pandilleros como por la propia policía.
El Bronx es un distrito de viviendas de alquiler (unos 1.200 euros mensuales de media un piso con dos habitaciones), a escasos minutos de la leyenda que forja el sueño americano y los pilares del capitalismo escritos al pie del Rockefeller Center en Manhattan, mientras que la parte más noble de Queens es el barrio residencial donde viven los corredores de bolsa de Wall Street: familias, con dos o tres hijos y perro, cuyos dos cónyuges trabajan y ganan salarios de unos 6.000 euros mensuales cada uno. Ingresos que les permiten hacer frente a una hipoteca de 4.000/5.000 euros al mes y mantener un vehículo cada uno, así como escuelas y sanidad privada para toda la familia, incluido el perro.
Los coches están a la vista y las casas no tienen vallas, con unos jardines escrupulosamente cuidados por jardineros (una buena profesión en Queens, supongo) que te hacen preguntarte: “¿Por qué los del Bronx, además de violentos, son tan ‘tontos’ y no viene a atracar estos barrios?”. “Es sencillo –responde Gerardo Giraldos, un guía colombiano con 25 años de residencia en Nueva York-, si pones un pie en un jardín probablemente te estén apuntando con una mira telescópica desde el interior y la ley aquí te permite disparar sin hacer preguntas en tu propiedad privada”. “Eso lo saben los chichos del Bronx”.
Disculpad por la generalización de esta ensalada (Nueva York es demasiado grande como para pretender resumirla en un simple platito como éste de lechuga y cebolla), pero, como decía en el título del post, la visita a la City me hacer reflexionar sobre si ése es el modelo social que aspiramos a sostener del derrumbe y que implica defender con el sudor y el esfuerzo de los más ‘jodidos’ a las mismas corporaciones financieras que crearon el monstruo que nos devora. Porque si es así, este cocinero está indignado.
(***) Incluyo un video musical de Bruce Springteen, del que no soy un gran fan, pero que hizo un bonito tema sobre el asesinato de Amadou Diallo (‘41 shots’).
(****) Si alguien va a NYC, le recomiendo la excursión con Gerardo Giraldos, todo un ‘crack’: gerardogiraldos@hotmail.com