Es un día triste para el ciclismo, otro más. La pasión por la bicicleta me viene desde joven. Horas y horas en las cunetas de las carreteras vascas, disfrutando sin cansarme ni aburrirme del deporte más sacrificado que hay. Recuerdo comprar el Ciclista (previa al Meta2mil) y después la mensual Ciclismo a Fondo. Aquellas fotos de Graham, Rodolfo y los textos de Josu Garai o Benito Urraburu, de los que años después he sido compañero. Me ilusionaba aquel ciclismo, con unos héroes como Marino Lejarreta, Ángel Arroyo o Perico que emocionaban entonces al país. Eran los más grandes aunque yo, lo reconozco, era más de Peio, Gorospe y Chozas. Con los años cambiaron los nombres, en mi corazón ganaron un sitio otros no tan grandes como Indurain pero que me levantaban del asiento: Jeff Bernard, Hampsten, Criquielion, Vanderaerden, Txente, Rondón, Claveyrolat, Cipollini, Olano… David Etxebarria o Zarrabeitia, a los que observé de cerca compitiendo con mis hermanos. Aún recuerdo como temía el pelotón a Mikel siendo juvenil, cuando lucía el maillot azul y rojo de la S.D. Amorebieta por su poco ortodoxo modo de dominar la burra…
Todo esto es para contar que me fijé en Lance Armstrong en el Mundial de 1993, cuando se impuso con aquella fuerza bajo la lluvia en el Mundial de Oslo con el maillot americano y le quitó el arcoiris a Indurain. Aun le veo en la subida a Urkiola de 1995, al día siguiente de rozar el triunfo en San Sebastián y me emocionó también la manera que ganó la etapa del Tout para dedicarla al fallecido Fabio Casartelli. Su caso de cáncer me entristeció aunque recuerdo haber disfrutado por verle correr una Vuelta a España con Cofidis, que le hizo un feo enorme. Me alegre que pudiera restregarles con triunfos posteriores su cruel decisión.
Su espectacular crecimiento con USPostal me pareció algo esperanzador para todos, no solo los aficionados al ciclismo. Puede que quizá me aferrase en exceso, como otros muchos, a su fuerza interior como ejemplo vital aunque reconozco que no me gustaron algunas de sus actitudes en carrera. Esa figura de ‘boss’ controlando todo me repateaba. Eso sí, me parece que muchos le auparon entonces a una posición de privilegio, moral, de la que luego quisieron bajarle sin ninguna prueba. Molestaba. Ahora, tras desvelarse esta red tan bien organizada (de la que todo el mundo ahora dice tene certezas tras años de silencio) el mito y todo su ecosistema se viene abajo. Lo que ha pasado ahora es triste pero no solo para el texano. Es otro golpe muy duro para el ciclismo. Los tramposos no deben tener sitio en el deporte, en eso estamos todos de acuerdo. Pero hay más y variados problemas que Armstrong y su entorno. Es más profundo que eso. Son fallos de base: mentalidad y estructura. La disculpa no puede ser el que todos lo hacen. O que si no lo hago, estoy siendo un primo. Se necesita ser más estricto para que nadie tenga la tentación. Unas normas claras y que vayan por delante de la trampa. Siempre, sea quien sea el personaje.
Lo que no puede ser es que cuando se expulsa del Tour a Michael Ramussen sin dar positivo (por saltarse unos controles meses antes que años después reconoció fueron por una infidelidad con su esposa) el sistema nos parezca ideal y se defienda una de las decisiones más imcomprensibles que recuerdo, porque se favorecía a un joven Alberto Contador. Eso sí, cuando el pinteño es positivo por una microsustancia se cambia para defender que la culpa es del sistema, que no funciona y debe ser modificado. Es una realidad que existe un gasto multimillonario de la UCI en controles que no sirve en absoluto, que se necesita una revisión completa del modelo actual. Es necesario variar todo lo que se hace desde hace años. Y mirar hacia el futuro al igual que han hecho otros en distintos deportes.
Evitar que el ciclismo se rija por un sistema que rescata las miserias de los controles anteriores, sin centrarse en tener a los mejores doctores (esos gurús que contratan los que buscan atajos) para que pongan las normas antes de que los tramposos encuentren huecos en ellas. Hasta ahora, se han limitado a encontrar al que daba positivo y quemarlo. Pan para hoy y hambre para mañana, ya que décadas después todo sigue prácticamente igual. Tras el caso Festina poco se ha mejorado. En los últimos años años se han mantenido los mismos comportamientos, o al menos eso nos dicen los controles. Lo que no es lógico es decir, 12 años después, que un triunfo es ilegal porque se usaban sustancias que no estaban prohibidas y ahora lo están.
No soy de los que hablan de que los delitos prescriben, pero si nos ponemos a rescatar pruebas antiguas me da la sensación de que pocos saldrían impolutos. Desde Anquetil, que reconoció sus miserias antes de morir, hasta un Contador que se ha tirado meses sin competir. Ahora el noruego Kjærgaard, viendo la escandalera, aprovecha ahora y confirma toda la trama de dopaje del USPostal. Tarde y mal. Que esto no sea otro caso Festina. Que sea el inicio de una catarsis. Y que haya niños que vuelvan a creer en el ciclismo. Y en sus ídolos.