El último ha sido un gran fin de semana para la cuadrilla que acostumbramos a echarnos al monte a buscar setas. Ya comenté en un post anterior que habían comenzado a asomar los primeros marzuelos en la sierra riojana. Fue hace unos quince días y aunque tuvimos ocasión con coger un puñado fueron muy pocos comparados con los que encontramos el pasado sábado. Pero lo que quería mostrar en esta entrega es la endiablada capacidad que tiene esta setita para esconderse entre la hojarasca y las agujas secas de los pinos. No ocurre siempre, pero sí bastante más a menudo de lo que desearíamos, de manera que ir a buscar marzuelos es todo un ejercicio de concentración con los ojos pegados al suelo. Claro que si uno acierta con el sitio y hay suerte, el trabajo merece la pena.

Comprenderán que no diga aquí el lugar donde fueron tomadas estas fotografías. No me lo perdonarían mis colegas y haría un flaco favor al encanto (también frustración cuando no se encuentran) que conlleva rastrear el bosque en busca de setas. Vamos, que ningún setero dice a un desconocido el sitio exacto donde se encuentran. Todo lo más le dirán: “Las he cogido en el monte” o “Ahí en un hayedo” o tal vez sea “en un pinar” o puede que “en una pradera”. El enclave donde crece cualquier hongo comestible es el secreto mejor guardado de la sierra. Si lo que busca son marzuelos, entonces se encontrará con una segunda dificultad: su tremenda capacidad de camuflaje, como íbamos diciendo. Claro que puede que sólo le apetezca probar sus cualidades gastronómicas, en cuyo caso no tiene que hacer nada más que sentarse en un restaurante y dedicarse a saborear este sabroso manjar. Bon apetit.

Para acabar, la foto de una acompañante que se nos unió en la búsqueda.