Me hubiera gustado publicar esta nueva entrega del blog hace tres semanas, pero por cuestiones laborales me ha sido imposible. Lo digo porque el relato se hubiera acomodado mucho mejor que ahora a las tareas que entonces se desarrollaban en la bodega, inmersa en todo el proceso de la vendimia. Aterricé sin pensarlo en Señorío de San Vicente después de un recorrido en coche por la Sonsierra riojana tirando unas fotos a los viñedos. Ya en el pueblo, mi vista reparó en la gran nave de piedra situada en la entrada del municipio y en cuya fachada aparece inscrito el nombre de la bodega. El portón principal estaba abierto dejando entrever en su interior el armazón de madera del tejado y los grandes tinos situados al fondo. Pregunté al operario que en esos momentos se encargaba de labores de trasiego y enseguida apareció por allí Guillermo Eguren, viticultor y bodeguero, uno de los grandes emprendedores del Rioja cuyo legado administran hoy con éxito sus hijos. Marcos y Miguel han recogido el testigo de su padre llevando el nombre de Rioja más allá de nuestras fronteras con algunos de los mejores vinos de la Denominación. Pero mi intención no es hablar aquí de los excelsos vinos que elabora esta familia, tarea que queda lejos de mis conocimientos, sino del agradable rato que pasé en compañía de Guillermo, a quien, cuando menos, le debo estas líneas y las imágenes acompañan este post.
El caso es que mi intención no iba más allá de sacar unas fotografías a la nave principal de la bodega para publicar en este blog y comprar unas botellas de vino, pero la aparición del pater de los Eguren resultó toda una sorpresa, como también su ofrecimiento posterior para hacer de cicerone por todas las instalaciones. ¿Quién mejor que el más veterano de la estirpe? Cercano, tremendamente afable y conversador, don Guillermo descubrió a este cronista cada rincón de la bodega, mucho más de lo que hubiese esperado. Admirada la bóveda y los grandes tinos de madera de la nave principal, la visita prosiguió por una sala contigua que atesora antiquísimas e inmensas cubas de roble. La sala, me contó el señor Eguren, era el antiguo establo de la fonda que adquirió la familia hace ya medio siglo para ampliar sus instalaciones vinícolas. La estancia, que conserva también una enorme prensa de madera, es suficiente para justificar una visita. Bombas para trasegar los vinos y otros vetustos artefactos se congregan en otro espacio a modo de improvisado museo del que emergimos para seguir conociendo la bodega.
Guillermo, don Guillermo, me llevó también a la calle para admirar la fachada de piedra de la antigua fonda, que embellece una de las esquinas por las que se accede a San Vicente de la Sonsierra. Fue un momento antes de volver al interior para descubrirme la sala de barricas y el botellero enterrados en el subsuelo. Se accede por una escalera señorial que arranca desde un rincón que sirve de expositor de los grandes vinos de los Eguren. Las luces del calado se encienden lentamente y van iluminando poco a poco la estancia con un tono cálido que descubre un tesoro de barricas ordenadamente dispuestas. Al fondo, en una oquedad a modo de capilla, descansa lo mejor de la bodega, grandes caldos elaborados siguiendo el lema de la familia: ‘Una bodega, un vino, un viñedo y una variedad exclusiva’. Como si de un templo se tratara, el visitante siente como una especie de recogimiento religioso imbuido por el silencio y la media oscuridad que reina en el calado. La sensación se desvanece tan pronto como abandonamos el enclave para proseguir por otras dependencias de Señorío de San Vicente.
Guillermo Eguren quiso que viera también la sala de reuniones, que sirve igualmente de comedor para las grandes ocasiones. Ni por asomo me hubiera imaginado que la bodega iba a acoger una estancia tan señorial. Tremendamente espaciosa, la sala sigue el estilo tradicional que se respira en todo el edificio, con abundancia de maderas nobles y piedra, sin resultar recargada en exceso. Todo pivota en torno a una gran mesa circular y un enorme fogón en cuyo lecho se exhiben estuches y botellas de las grandes marcas de los Eguren. Las propias de Señorío de San Vicente, pero también las de Sierra Cantabria o las del cercano Páganos. Vitrinas diseminadas aquí y allá muestran el sinfín de premios y reconocimientos que han merecido estos vinos en los certámenes más prestigiosos del mundo del vino. Emocionado por haber podido conocer de la mano del patriarca de los Eguren una de las grandes joyas del Rioja, le transmití que ya era suficiente, que quizás estaba abusando de su generosidad, pero don Guillermo insistió en que tomásemos un vino y me invitó a conocer las obras de la nueva bodega que construyen sus hijos a un tiro de piedra de la localidad.
El nuevo edificio, situado en lo alto de un cerro, sigue también un patrón tradicional, pero no es más que la parte visible de un complejo que hunde sus raíces en el subsuelo extendiéndose como un laberinto por cientos de metros de galerías. Continúa en obras, pero no tardará en acoger las primeras barricas, me dijo mi excepcional guía, que remarcaba una y otra vez el apego a la tradición que ha caracterizado a la familia. Además de la bodega, destaca del lugar el acceso principal a los calados, aún sin acabar, pero que recuerda la entrada a algún monumento faraónico o a un grandioso mausoleo. Sin duda, pensé para mí, la nueva bodega será una de las grandes referencias para el turismo enológico en la comarca. La visita concluyó al mismo tiempo que la mañana, aunque antes de despedirme de mi anfitrión compré unas botellas. Elegí un Sierra Cantabria crianza del que ya he dado buena cuenta cuando escribo estas líneas. Por cierto, el Puntido, sensacional.
Dejo un enlace a la web del grupo bodeguero de los Eguren:
http://www.eguren.com/inicio/?acc=home&idc=1
Si pinchas sobre las fotografías se amplía la imagen.