>

Blogs

Javier Ezquerro

Ruta de escape

Dos ruedas, siete valles. Cruzando La Rioja en bicicleta de montaña (2ª etapa)

La segunda etapa de nuestra travesía por La Rioja en bicicleta de montaña discurrió por el corazón serrano de La Rioja, los Cameros, Nuevo y Viejo, con salida en El Rasillo y llegada en Enciso. Guiados nuevamente por senderos, caminos y alguna carretera comarcal, los protagonistas de esta pequeña aventura (ahora cuatro tras la incorporación de otro David al grupo) tuvimos la ocasión de experimentar la transición que va mudando el paisaje de la montaña riojana tanto en altitud como en vegetación conforme se avanza hacia el este de la región. Las serranías van siendo cada vez más relajadas y el denso manto boscoso de la cuenca alta del Iregua desaparece casi por completo en los valles que jalonan el río Cidacos. Una gradación que, sin embargo, no se produce en el patrimonio arquitectónico de los pueblos cameranos, cuyos cascos urbanos siguen gozando por lo general de un buen aspecto, gracias a las ayudas públicas, pero también al trabajo de antiguos descendientes de estos municipios que han mantenido como segundas residencias las propiedades que heredaron de sus ancestros. A este cronista le sorprendió, por ejemplo, el buen estado que exhibe el caserío de Vadillos, hace años mucho más deteriorado, y se alegró de que Torremuña aún siga viva, con un grupito de casas todavía habitadas, aunque en su imponente iglesia, ya ruinosa, merodean más las vacas que los feligreses.

 

Por estas tierras discurrió una nueva jornada de pedaleo sobre la bici que resultó algó más sosegada que la anterior, en la que atravesamos algunos de los parajes más hermosos de la ‘alta montaña’ riojana. Con los músculos aún algo cargados, pero la ilusión renovada tras descansar en casa la noche anterior, los dos David, José y yo iniciamos esta nueva singladura ciclista desde El Rasillo en una mañana fresca pero con sol que nos llevaría después de 60 kilómetros y 1.500 metros de desnivel hasta Enciso. Tras desentumecer las piernas en el breve trecho de carretera que separa el pueblo del olmo centenario de la coqueta aldea de Montemediano, bordeando el embalse González Lacasa, nos adentramos enseguida en el bosque adehesado de robles que asciende en suave pendiente hasta asomarse al valle del río Iregua. De nuevo en el GR-93, hilo conductor de nuestras pedaladas, bajamos como cohetes hasta Pradillo por el sendero, que no entraña gran dificultad si bien hay que poner atención un salto endurero con un puentecito sobre el arroyo y algunas tapas de alcantarilla de la toma de agua que asoman desafiantes en mitad del camino. ¡Ah!, y ojo también con una rama que sobresale en el camino y de la que a punto estuvo de quedarse colgado uno de nosotros. La muy puñetera se las ingenió para enganchar la mochila de José y descabalgarle de la bici. Una pequeña anécdota que se quedó en un comentario jocoso mientras nos internábamos en Pradillo, que bien merece una visita. Para quien todavía no haya tenido el gusto, que sepa que la localidad acoge la Oficina de Información Turística del Camero Nuevo en un viejo hórreo restaurado, testimonio de un tipo de construcción rural muy escaso en La Rioja.

Salvado este primer tramo del GR, nuestro periplo continuó por otro trecho de carretera hasta Gallinero de Cameros. Al pueblo se llega tras una subida con rampas acusadas que ascendimos en ‘modo molinillo’ mientras nos deleitábamos al paso del sombrío hayedo que cubre la calzada. No tardó en aparecer Gallinero, que recibe al visitante con una casa solariega que muestra un escudo heráldico en la fachada de la saga de los Tejada, unos señores muy pudientes que dominaron estas tierras siglos atrás. Sin llegar a internarnos en el casco urbano, conocido sobradamente por nuestras excursiones por la zona, tomamos una pista a la derecha que asciende entre el bosque y, tras una pronunciada curva en dura pendiente a la izquierda, seguimos hasta enlazar otra vez con el GR. Con vistas esta vez sobre gran parte del Camero Nuevo y el valle donde se asienta Gallinero, tomamos aliento antes de encarar la que probablemente fue la cuesta más dura de las tres jornadas. Quinientos metros de escalada que remontan con una pendiente superior al 20%, del 26% en sus repechos más acusados, de esos que obligan a clavar el riñón y no levantarse de la bici so pena de que patine y te vayas al suelo. Claro que ante prueba tan descomunal siempre se puede optar por bajarse de la montura y trepar a pie con ella, que tampoco es un paseo pero conlleva menos sufrimiento. Y así, descoyuntados, es como llegamos a Prado Libarache, una bucólica pradera sombreada por el hayedo que tapiza la ladera norte del monte Horquín. Aún conserva una caseta de pastores, pero las zarzas y los espinos acabarán con ella si alguien no lo remedia.

Entrando en el valle del Leza

Las señales del sendero riojano de gran recorrido remontan el praderío para internarse enseguida en el hayedo en un nuevo tramo que discurre cerrado entre la arboleda. Un enclave que invita a pedalear tranquilo mientras se disfruta de las estampas y de los olores del bosque. La trocha sigue un curso ascendente y tras pasar una portilla, de las muchas que jalonan estos dominios de ganado y pastores, se afronta un repecho corto pero imposible, apto sólo para los ‘pros’ o sea los profesionales de la bici de montaña, a quienes hay pocos obstáculos que se les resitan. Ante tamaño obstáculo tres de nosotros tuvimos que desmontar nuevamente y resolver el problema recurriendo a los pies en lugar de a las ruedas. Fue poco antes de cruzar otra portilla y asomarnos a un cortafuegos entre pinares. Dejamos así atrás la cuenca del Iregua y nos internamos en la del Leza, el cuarto gran valle riojano desde que empezó nuestro viaje ciclista en Ezcaray. A nuestros pies, desde lo que fue el punto más elevado (1.500 metros de altitud) de la jornada, se extendía ahora el Camero Viejo, con su sucesión de cumbres de suave perfil y laderas en las que las manchas boscosas dejan ya de ser predominantes. Desde este punto a Laguna de Cameros, la ruta discurrió en cuesta abajo siempre siguiendo el rumbo del GR, que se interna pasada una pista en un bosquete de robles y helechos. A ratos camino de carruajes, a ratos sendero, hay que mantener siempre la alerta ante la gran cantidad de piedras sueltas que abundan en el descenso, que no resulta cómodo en casi ningún momento. Ya al final de la bajada, con los brazos aún temblando de tanto ajetreo, la encajonada orografía de un riachuelo nos obligó otra vez a invertir los papeles y portear la bicicleta unas decenas de metros. El sendero enlaza pronto con una pista con vistas abiertas a la cabecera del Leza y las laderas por las que discurre el puerto de Sancho Leza. Llegar a Laguna desde aquí es coser y cantar.

Desde la pista que desciende hacia el valle, la localidad apareció ante nosotros como agazapada, mostrándonos una sucesión de tejados rojizos y paredes de piedra que enseguida nos revelaron un casco urbano plagado de encanto. Situada en la cabecera del valle del Leza, Laguna exhibe un caserío importante, con buenas viviendas y calles bien conservadas que en esta época del año acogen su punta de actividad por los visitantes y el veraneo de los hijos del pueblo. Desde que entramos en el pueblo ya sabíamos a donde íbamos de manera que no nos costó encontrar el bar Maruchi, donde nos tomamos unos refrescos o, dicho más fina y deportivamente, repusimos líquidos para evitar la deshidratación que conllevan tantas horas de pedaleo. De la vertiente sólida nos encargamos unos minutos después en la terraza del Hotel Camero Viejo, donde cargamos hidratos y grasas a base de huevos fritos con patatas. Un almuerzo como dios manda para afrontar la segunda parte de la etapa sin temor a las pájaras. Nuestra siguiente parada importante sería en Munilla para comer, tras recorrer casi otros 30 kilómetros.

Bien hidratados y alimentados, tomamos rumbo hacia Jalón de Cameros lanzándonos por la carretera en busca del cruce que sube hacia Vadillos. Con el sol del mediodía sobre nuestras cabezas, optamos por el asfalto en lugar de seguir por el GR que remonta hacia Torremuña, un tramo que, según nos habían comentado en Laguna, resulta de extrema dureza para afrontarlo en bicicleta. Alcanzamos Vadillos en breve y nos internamos en la aldea para descubrir que parece gozar de un estado más saludable que hace unas décadas, cuando el que aquí suscribe la visitó por última vez. Su diminuta plaza, con iglesia y fuente, resulta de lo más acogedora. Cuando llegamos había algún niño jugando en sus calles y una pareja de hombres mayores conversando en la entrada del pueblo, como mirando a la empinada pista que teníamos que tomar enseguida para enlazar con la vecina Torremuña. Todavía hoy nos preguntamos si la pareja hizo alguna apuesta sobre si seríamos capaces de subir por aquella cuesta a tan calurosas horas del día. “Están locos”, debieron pensar cuando iniciamos la ascensión de la dura pendiente, que completamos tras un denodado esfuerzo sin bajarnos de la bicicleta. Encaramados a lo alto de este improvisado puerto, divisamos casi todo el Camero Viejo y jugamos a adivinar los pueblos y cumbres que se veían en la lejanía: Muro, Torre, el Horquín, Peña AlderaTorremuña aparece tras una curva a la derecha y su presencia sorprende en un valle áspero y escarpado coronado algo más arriba por las cumbres del Nido Cuervo y un sinfín de molinos de viento que han colonizado estas alturas en las que azota el viento con fuerza. Por encima de cualquier otro edificio y a pesar de las ruinas que lo corroen, destaca en Torremuña su iglesia, de apariencia fortificada, que sobresale sobre un puñado de viviendas derruidas, aunque algo más abajo se ven casas habitadas en buen estado que revelan que aún hay vida en el pueblo. La paradita era obligada para uno de los integrantes del grupo, David Garrido, con raíces familiares en este apartado rincón serrano.

Con vistas a la cuenca del Cidacos

De nuevo en marcha, retomamos de nuevo la pista que tras una breve ascensión bordeando un hayedo nos encumbró hasta el collado del Nido Cuervo, cuya cima quedó a nuestra izquierda bien visible porque en sus alturas se asienta una torre de vigilancia de incendios. Hace no muchos años era la única referencia constructiva que había en la zona, pero hoy le disputan ese papel las decenas de aerogeneradores que han proliferado en estas cumbres. Estos gigantes se asoman como vigías al valle del Leza, pero también otean las laderas y barrancos que descienden en busca del río Cidacos, porque el collado marca también la divisoria de las cuencas de ambos ríos riojanos. Vamos, que comenzabamos aquí nuestra incursión en otra de las grandes comarcas de la región, con amplias vistas ahora hacia las estribaciones meridionales de Sierra la Hez y la vertiente norte del gran Hayedo de Santiago. Ante nosotros teníamos un paisaje mayormente deforestado, de laderas plagadas de matorral, por las que sigue discurriendo, ahora ya completamente al raso, el gran sendero riojano que enlaza la Demanda con la Sierra de Alcarama. El GR se lanza aquí en una estupenda y prolongada bajada en busca de la localidad de Munilla, con algún ‘sube y baja’ intermedio que surge para probar la fuerza y la técnica de los ciclistas. Fue en este tramo, no muy lejos del mentado municipio, donde disfrutamos del mejor descenso de la jornada y puede que de toda la travesía. Más limpio que en otros puntos, con pequeños saltos rocosos y curvas no demasiado complicadas, el sendero deja hacer al jinete durante varios centenares de metros antes de terminar en el rellano de una ladera. Pero fue aquí también donde surgió el primer contratiempo del día. Tanto tiempo pedaleando entre espinos y aulagas acabó por pasar factura en las bicis con ruedas no tubelizadas. Llegó así el primer pinchazo, que solventamos enseguida con otra cámara, para retomar el descenso nuevamente por la senda.

Como en la jornada anterior, empezaba a ser ya algo tarde para comer y entre nosotros cundían ya las dudas acerca de si llegaríamos a tiempo para encontrar abierto el Casino de Munilla, que ofrece servicio de comidas. La localidad, escondida en el fondo del barranco, asomó por fin transcurridos unos minutos mostrándonos una bella estampa desde las escarpadas laderas que la cobijan. El pueblo se desparrama en la pendiente en una sucesión escalonada de casas que acaban en el río Manzanares, surcado por unas choperas grandes que siguen el curso fluvial, escaso de caudal en esta época del año. Los dos David, más adelantados, optaron por acceder a la localidad por un terreno más encabritado; José y yo lo hicimos por el menos difícil, aparentemente siguiendo el GR aunque no estaba claro en este punto, y desembocamos en la fuente de la iglesia con los labios secos y la boca abierta de par en par. El trago de agua fue largo antes de lanzarnos por las callejuelas hasta desembocar en la carretera y llegar al Casino. Eran casi las cuatro de la tarde y la pregunta que nos rondaba a todos era si nos darían de comer a horas tan avanzadas. La respuesta fue que “sí, pero rápidos”. De modo que nos acomodamos en el restaurante del que fue y quizás siga siendo el edificio con mayor vida social del pueblo. Aunque sólo sea para tomar un café, merece la pena una visita a este local de espaciosas estancias, remodelado para adecuarlo a los gustos actuales pero que conserva una identidad decimonónica indudable. Aquí se reunían las grandes familias que florecieron en Munilla al amparo de su pujante industria textil, hoy ya extinguida. Comimos solos en el restaurante, de menú, comentando las incidencias de la jornada y repasando cada uno de los cuadros colgados en la estancia que reproducen rincones del municipio en los estilos pictóricos más diversos.

Dada la premura, la comida no se prolongó más allá de una hora. De nuevo en la calle con nuestras monturas, no tardamos en comprobar que la bicicleta de José había perdido presión en la misma rueda del pinchazo anterior, pero optamos por recurrir a la bomba y aguantar otro trecho de cuatro kilómetros, todo cuesta abajo y por carretera, hasta Peroblasco, nuestro siguiente destino. El pueblo, encaramado en un recodo del río Cidacos, ha resurgido de sus cenizas tras el abandono que sufrió décadas atrás. Destino de muchos estudiantes europeos que colaboraron en su recuperación gracias a los campos de trabajo que se organizaban en verano, Peroblasco atrajo la atención de un puñado de enamorados de este enclave rural que creyeron y lucharon por él hasta devolverle la vitalidad que había perdido. Hoy es conocido por la Fiesta del Humo, un reclamo festivo pero también reivindicativo, que recuerda que todavía quedan cosas que mejorar. Al pueblo llegamos en plena tarde buscando la Era, una plácida placita en lo alto de su casco urbano que acoge los eventos sociales que organizan sus habitantes. Cobijados bajo la sombra, recibimos las atenciones de una vecina amiga de David Garrido, que nos sirvió unas cervezas y nos proporcionó un caldero de agua para reparar, nuevamente, la rueda pinchada de José. Era la trasera, a cuya cubierta sometimos a una exhaustiva limpieza de los diminutos pinchos que se habían clavado durante la bajada hasta Munilla. Concluida la labor, y a punto de reiniciar la marcha, fue la rueda delantera la que requirió nuestras atenciones porque perdía también presión. Y fue en ese momento cuando el que aquí suscribe descubrió que la rueda anterior de su bicicleta también flojeaba, síntoma inequívoco de otro pinchazo, el cuarto ya de la jornada. Los ‘no tubelizados’ pagamos cara nuestra diversión en el último descenso y acabamos de convencernos de las virtudes de las ruedas antipinchazos.

Maldecimos nuestra suerte pero no alteramos nuestros planes y, aun pinchados, bajamos a pegarnos un chapuzón a las pozas del Cidacos, que ejercen de piscinas municipales del pueblo, pero en plan asilvestrado, y atraen hasta sus frescas aguas a visitantes de otros puntos de la geografía riojana. Hubo baño aunque breve porque la temperatura del agua era apta sólo para valientes. La inmersión tuvo efectos balsámicos en nuestro cuerpo, que pareció recobrar vigor después de más de 50 kilómetros de montaraces ascensos y descensos por los Cameros. Completado el relax, aún tuvimos tiempo para arreglar los dos pinchazos que habíamos dejado pendientes antes de dirigirnos hacia Enciso, la meta de la segunda etapa de nuestra singular Vuelta a La Rioja en ‘mountain bike’.

Final de etapa en Enciso

Los últimos siete kilómetros los cubrimos por la carretera que sigue el curso del río y enseguida nos plantamos en el pueblo. No había pancarta de meta, pero sí un gran cartel que anunciaba el inicio de sus fiestas de agosto. Afortunadamente, encontramos sitio para alojarnos en La Tahona, alojamiento rural pionero en La Rioja, cuyos dueños, Ricardo e Inma, nos trataron como a unos señores. Nos proporcionaron sitio para las bicis, habitaciones espaciosas y buen desayuno a la mañana siguiente. Pudimos también hacer uso de la piscina cubierta que acoge en su patio interior, pero bañados como veníamos de Peroblasco optamos por una ducha rápida para quitarnos el sudor del último tramo y cambiarnos. Lo de cambiarse cuando uno no lleva más que una exigua mochila al hombro para no cargar peso en la bicicleta es una operación rápida en la que uno no sabe muy bien si su aspecto saldrá favorecido. La muda consiste la mayor parte de las veces en una camiseta con más arrugas que la cara de Mick Jagger, un pantalón corto y unas zapatillas tan comprimidas que casi hay que inflar para devolverles su aspecto original. De los calzoncillos y los calcetines es mejor no hablar.

Realizada la muda, encontramos sitio para cenar en El Rincón, veterano local de la localidad situado al pie de la carretera con servicio de restaurante en su planta superior. Hubo homenaje a las chuletillas, al solomillo y al vino antes de obsequiarnos con unos gin tonics. En el local son generosos con la ginebra y amables en el precio, de modo que salimos contentos, literalmente hablando, claro. Y como eran fiestas no pudimos sustraernos del animado ambiente y nos acercamos hasta la plaza. En el pueblo tienen la costumbre de aprovechar el intermedio de la verbena para acudir a un chamizo situado bajo una peña en la que se obsequia a los presentes con unos porrones de zurracapote. Animados a acudir, no pudimos rechazar la invitación. Fue el penúltimo acto de una jornada que acabó en un profundo sueño en La Tahona antes de despertar para afrontar la tercera y última etapa de nuestra aventura, que atravesaría esta vez las tierras riojanas de los fósiles y los dinosaurios. Otro regalo para los sentidos.

 

 

MAPA Y DATOS DE LA RUTA

LONGITUD: 61 kilómetros.

DESNIVEL ACUMULADO: 1.458 metros.

CARACTERÍSTICAS: La mayor parte de la ruta se hace por sendero, aunque también hay tramos de pista y algo de carretera. Destaca la bajada por el GR-93 desde el collado del Nido Cuervo hasta Munilla, todo por sendero, con tramos muy practicables que son pura diversión y otros no tanto. La subida de mayor pendiente está poco después de Gallinero, un tramo de medio kilómetro que enlaza con Prado Libarache y que asciende con rampas en algún trecho de hasta el 26% de desnivel. Con salida en El Rasillo y llegada en Enciso, se pasa por las localidades de Montemediano, Pradillo, Gallinero, Laguna, Cabezón, Jalón, Vadillos, Torremuña, Munilla y Enciso.

Impresiones, fotografías y rutas de mis escapadas por rincones de La Rioja.

Sobre el autor


agosto 2014
MTWTFSS
    123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031