La habitual exposición en los medios de comunicación y las constantes campañas de las Naciones Unidas y diversas ONG están todavía lejos de erradicar la tragedia de los niños soldados. El pasado miércoles, un comunicado de Unicef daba cuenta de la liberación de 41 niños en Bangui, la capital de la República Centroafricana, gracias a las gestiones de la organización de la ONU con el presidente del país, Michael Djotodia. Siete de ellos son niñas y tienen entre 14 y 17 años.
Los enfrentamientos han provocado un fuerte aumento del número de niños reclutados en todo el país. Ya antes de la crisis, Unicef estimaba que había más de 2.000 niños vinculados a fuerzas y grupos armados.
Los 41 liberados se encuentran ahora en un Centro de Tránsito y Apoyo de Unicef, donde tienen acceso a educación básica, actividades deportivas, formación profesional y apoyo psicosocial, mientras se localizan a sus familiares y se prepara su regreso a casa. Un oasis en medio de la precaria situación general del país y que no garantiza que de vuelta a sus hogares puedan sufrir de nuevo los efectos de la guerra.
En las guerras africanas, este nuevo tipo de esclavitud se ha convertido en algo habitual. Además de la República Centroafricana, Mali ha sido otro de los conflictos recientes en el que los niños han sido secuestrados para nutrir las filas de la milicia de turno. Pese a no haber cifras fiables, Naciones Unidas señala a 17 países donde se reclutan niños, entre lo que se encuentran Afganistán, Sudán, Yemen o la República Democrática del Congo.
Aunque no posean la fuerza física de los adultos, los niños presentan numerosas ventajas para sus secuestradores: son muy manipulables, se les puede reemplazar con facilidad y realizan misiones en las que no tienen conciencia real del peligro. Las niñas además suelen ser utilizadas como objetos sexuales y añadir al trauma de los abusos y las violaciones, las secuelas de embarazos no deseado, SIDA y otras enfermedades sexuales.
En muchos casos, los niños son obligados desde el principio a realizar actos terribles y sangrientos para cambiarles la personalidad e imponerles la violencia como una actuación cotidiana. En Liberia, la guerrilla forzó a algunos niños a asesinar a sus propios padres antes de enrolarlos.
La única vía de escape para estos niños, son las organizaciones como Unicef, Save the children o misiones religiosas que tratan de integrarlos en una nueva vida. La recuperación es difícil, ya que muchos de ellos quedan marcados psicológicamente o heridos y pueden ser rechazados en sus comunidades de origen.
Unicef y sus colaboradores consiguieron liberar el año pasado a 345 menores de edad vinculados a grupos armados