El domingo tendremos estación. No habrá inauguración con banderolas, cintas ni placas, y los políticos riojanos andan un pelín mosqueados con ello, pero a mí básicamente me importa un comino. Lo importante es que vengan trenes, y el hecho de quién se lleva los honores es cosa que, en realidad, no merece mayor detenimiento.
A mí en todo este asunto me interesa, y me preocupa, otra cosa. El soterramiento, la gran obra del siglo en esta ciudad (vale, no era difícil) está en marcha. Al menos la primera fase. Pero queda por delante tanto, y son tantas las incógnitas, que uno no sabe si alegrarse o asustarse.
Dentro de una semana la Sociedad del Soterramiento será monocolor: las tres administraciones que la componen estarán gobernadas por el mismo partido. Eso significa que, al menos por ahora, no habrá excusas ni politiqueo: a los gobernantes del PP les queda por delante la labor de explicarnos qué va a pasar con el resto del soterramiento. O sea: si, como parece, la cosa está parada. Si se están dando pasos. Si hay dinero o no hay dinero. Si, en fin, el soterramiento se va a quedar en estación soterrada.
También deberán decir clarito qué pasa con la estación de autobuses. El proyecto, tal y como está, cojea. Falta poner negro sobre blanco quién pagará la otra pata de la estación, y ya no valen enfrentamientos partidistas, que si tú que si yo.
Los trenes paran ya en la nueva estación, eso es algo como para alegrarse. Pero de nuestros gobernantes debe esperarse un poco más de claridad: la ciudad que estrena estación debe saber si tendrá que esperar otros cincuenta años para ver desaparecer todas las vías.
(Columna en larioja.com)