El matrimonio homosexual ha dejado de existir. Desde que el TC tomó su decisión de hace unos días, en España ya sólo hay matrimonio, a secas. El hecho de que sus contrayentes tengan igual o distinto sexo ha dejado de ser importante.
Entre todo el tráfago de horribles nuevas que nos sacude cada día, ésta es una gran noticia. Una que nos permite estar orgullosos de nuestro sistema legal, e incluso de la actitud de los grandes partidos. Uno, el PSOE, por haber decidido en su momento algo que sólo puede definirse como una buena cosa.
Pero incluso el PP ha hecho, por fin, lo correcto: tras dejarse llevar por su ala ultra cuando presentó el recurso, ahora ha decidido dejarlo estar. Bien está lo que bien acaba.
No es para estar orgullosos, sin embargo, la reacción de los recalcitrantes homófobos que en el mundo quedan. Veamos: tras siete años de bodas homosexuales, el mundo no se ha parado. Los heterosexuales que se quieren casar siguen haciéndolo sin problemas. La familia tradicional, ésa a la que esta medida iba a destruir, sigue reproduciéndose con salud y alegría. No ha habido ninguna hecatombe de niños desnaturalizados, y los padres homo adoptantes han resultado ser buenos padres. O malos. Como todos, vamos.
La gente que, como el Foro de la Familia o la Conferencia Episcopal, sigue emitiendo vergonzosos comunicados homófobos sólo demuestra su alejamiento y su soledad. El mundo y la vida va por un lado; ellos, con su prejuicio cada vez más desmentido por los hechos, por otro.
Todos nos casamos, en fin, en igualdad de derechos y de deberes. Oh, sorpresa. ¿Será que somos iguales?
Columna publicada en larioja.com