No me defendáis así. No me hace falta, no os necesito. Y no os creo. No sois nadie, muchachos, para hacer el gilipollas en mi nombre. Ni el bestia. Ni el cafre.
No os atreváis a usar mi cabreo, ni el de todos los que estamos sufriendo la devastación de esta crisis que algunos nos han tirado encima. Sabemos quiénes son nuestros enemigos, pero vosotros no sois mis amigos. Guardáos vuestras piedras y vuestros palos. No arranquéis adoquines del suelo con la excusa de que defendéis a los más desfavorecidos.
Porque sólo es una excusa, chicos. Vosotros sois de esos capullos que andan buscando un pretexto para hacer eso tan bonito de tratar al de enfrente a pedradas. Qué fácil es, en fin, pensar que ese tipo con casco y escudo de ahí enfrente es el enemigo. Si hasta tiene cara de malo.
Pero no. Hace unas semanas vi imágenes de Madrid que hubieran debido provocar más de una dimisión y más de un juicio a antidisturbios desbocados. Pero lo que he visto de lo que ocurrió el miércoles en Logroño no es eso. Ni se le parece.
Sabéis, chicos. La huelga general fue lo que fue, o sea, un ni fú ni fa por barrios. Pero luego, por la noche, miles y miles de personas de bien, de ésas que le gustan al presi Rajoy, salieron a quejarse. A gritar algo que debe ser escuchado si es que queremos que las cosas vayan, de una santa vez, mejor.
Y vosotros, capullos, teníais que estropearlo. Teníais que ir con vuestras capuchas de pijo-guerrero de la noche, con vuestras piedras y vuestra pintura a hacer que nadie hablara ayer de la marea de antesdeayer.
Dejadlo ya, ridículos. Que no necesito que me defendáis.
Artículo publicado en larioja.com