Tener seis millones de parados es una emergencia nacional. Como una guerra, se podría decir. O una epidemia: el país está siendo atacado por un mal que requiere toda la atención, todos los recursos, todo el empeño.
O así debería ser. Porque si uno mira a su alrededor, se da cuenta de que no. A los gobernantes de esta nuestra España les está preocupando, desde hace unos años, otra cosa.
No juzguemos por las palabras, sino por los hechos. Cuando a un Gobierno le preocupa un asunto, toma medidas encaminadas a solucionar ese asunto. Veamos, pues, las medidas del Gobierno de España: subidas de impuestos, recortes de gasto social y del otro, retirada de servicios, reforma laboral que facilita el despido.
Someter a un país con problemas de paro a esa receta es como llevar a un obeso al McDonalds. La comida le gustará más o menos, pero lo que es seguro es que no adelgazará ni un gramo.
Y es así porque el Gobierno de España (y por su férreo control, también los de las comunidades) no muestra la más mínima preocupación por el paro. Preocupación de hecho, no de palabras, que ésas se las lleva el viento.
En el 2008 y el 2009 España se despeñó paro abajo. En el 2010, la cosa parecía remansarse. ¿La receta? Ajuste. La consecuencia: una nueva caída libre del empleo durante el 2011 y 2012.
Estamos, señores, en guerra. La tragedia nacional que supone que un 55% de los jóvenes españoles estén parados necesita el esfuerzo de todos y todo. Pero la consecuencia de todo lo dicho es evidente: nuestro Gobierno no cree que el paro sea el primer problema. Nuestra guerra no es la suya.