Hombre del año para Decanter en el 2015 y para el Instituto de Master of Wine en el 2016. Probablemente, no haya bodeguero español que conozca mejor los mercados internacionales que Álvaro Palacios. Desde la bodega de Alfaro, Palacios Remondo, irrumpe en el debate de Rioja sobre la diferenciación de vinos y viñedos y lanza el capote a los viticultores: «Este asunto no es sólo de las bodegas; el reconocimiento de los mejores viñedos, el desarrollo de los vinos de cada pueblo, es lo mejor que les puede pasar a los viticultores». Palacios ve con escepticismo las propuestas para desarrollar los vinos de paraje que han llegado al Consejo Regulador: «Nada se puede hacer sin contar con las personas, con la tradición y la historia y todo ello está en los municipios». «Si Rioja no permite llamar a los grandes vinos por su nombre acabarán fuera de la denominación».
– ¿Qué pasa con el vino en España?
– Que existe un interés emergente por descubrir, por mostrar al mundo, los grandes viñedos, la historia, la tradición y la cultura del país vitícola. España ha emprendido un camino para localizar y clasificar estos viñedos, como sucede en la mayor parte de los países del Viejo Mundo porque es nuestro hecho diferencial. En España no nos hemos creído que existen auténticos tesoros vitícolas y ahora lo estamos haciendo. Las denominaciones de origen regionales mantienen las grandes economías vitícolas , pero también han ocultado viñedos maravillosos.
– ¿Qué papel juegan las denominaciones de origen?
– Deben dejar de pensar que las clasificaciones van en su contra. De hecho, deben ser ellas, con la acreditación de la administración, las que identifiquen los viñedos singulares.
–¿Por qué, como dice, se han ocultado hasta ahora?
– Por la propia historia de España. Rioja era como Borgoña, arrastramos siglos de tradición, de cultura y de oficio. Los cosecheros vendían vinos de su pueblo, con orgullo, y cultivaban sus microparcelas. Cada pueblo tenía su nombre. Siempre nos faltó comercio, pero más que por no saber vender como los franceses, porque España era un imperio en decadencia. Luego vino la industrialización del vino, con la influencia de la aristocracia francesa del Medoc y de la burguesía empresarial vasca e interesó más vender vinos de grandes mezclas. Con la guerra y la postguerra, el campo sufrió un duro golpe con el éxodo rural y aparecieron las cooperativas, lo que terminó por acabar con la tradición y mayor sensibilidad de los vinos locales.
– ¿Los vinos de pueblo?
– Sí. No podemos pretender construir una casa sin sus cimientos.
–¿A qué se refiere?
– A que las principales propuestas que he visto hasta ahora van demasiado rápido y parece que pretenden saltar el escalón de los municipios para poner en el mercado vinos de finca o de paraje. En Priorat se cometió un error y aún estamos rectificando. Desarrollamos primero los vinos de finca en el año 2005 y únicamente hay dos. Sin embargo, hay 55 vinos de villa. No se puede correr tanto como pretende Rioja. Yo aspiro, en mi ciclo vital, a que se localicen los grandes viñedos y a su reconocimiento administrativo, pero la clasificación debería hacerla quizás una próxima generación. Es en los pueblos donde viven los viticultores; ellos son la tradición en sí misma y los que transmiten el conocimiento de generación en generación.
– ¿Por qué no directamente los vinos de parcela o paraje?
– Porque debemos recuperar primero el orgullo de la gente, el orgullo de los pueblos. No podemos saltarnos a las personas ni a los viticultores que históricamente se han partido la espalda en el viñedo. Hay todavía quien duda de lo que sabían nuestros abuelos o bisabuelos, pero yo no he conocido mejor lugar para criar el vino que los viejos calados o mejores plantaciones que los antiguos vasos de marco bien estrecho… Una vez desarrollados los vinos de pueblo, los propios viticultores se preocuparan de cultivar y mimar las mejores fincas. Hay que ir paso a paso. A la gente le da igual de donde procede una barrica, que por cierto ni su roble es español… Hay interés por la cultura, la tradición de siglos de oficio, la magia de la naturaleza y eso sólo lo puede ofrecer el Viejo Mundo.
– Parece una discusión de bodegas, pero ¿qué puede significar para el viticultor?
– Es lo mejor que puede pasar. Es una posibilidad para cultivar y recibir un reconocimiento económico si tus viñas, tus uvas, son buenas. Es una opción también para que un viticultor, o sus hijos, puedan empezar a comercializar directamente. Son las personas que viven en el pueblo las que conocen la tierra y solo hay que abrir la posibilidad de indicar la procedencia de sus uvas en las etiquetas.
– ¿Pueden convivir estos pequeños viticultores con los grandes operadores?
– Por supuesto. El consumidor de un vino de 4 euros nada tiene que ver con uno de 35. Son planetas diferentes. De hecho, yo siempre he dicho que es mucho más difícil elaborar un millón de botellas que 3.000. El sistema francés ha demostrado ser bueno para todos y vende bien tanto el de alta cotización como el de mayor volumen, pero eso sí, hay que hacer la mejor calidad en cada segmento.
– Artadi se fue, supuestamente, al entender incompatible ambos modelos. ¿Hay riesgo de escisión?
– Sí. Rioja se juega mucho en esto y, si no sale bien, habrá consecuencias. Otras denominaciones, como Priorat, Ribera, Bierzo, zonas de Galicia… están marcando una tendencia y, si Rioja queda al margen, surgirán otras alternativas para vincular los vinos al auténtico origen, a la cultura y a la tradición. Si no se pueden llamar a los vinos por su nombre cuando proceden de lugares concretos, los vinos con estas aspiraciones acabarán yénose de la DOC Rioja en el futuro.
– ¿Como encajan los vinos históricos en este modelo?
– Es una particularidad de Rioja que hay que respetar y mucho. Puede haber reservas y grandes reservas con su denominación más localizada si la uva procede de un municipio concreto o seguir como hasta ahora si la uva procede de varios municipios o diferentes zonas. Pero esta diferenciación geográfica no perjudica a nadie. Sólo es cuestión de permitir poner en la etiqueta el nombre del municipio con mayor notoriedad que la palabra Rioja y, por supuesto, controlar ese origen de las uvas. No podemos olvidar que una región vitivinícola se compone de la propia región, de sus municipios y los parajes de estos pueblos, que será de donde saldrán los vinos de finca. Un vino de finca sin pasar por el rigor y la experiencia previa del vino de municipio nunca tendrá consistencia ni credibilidad en los mercados elitistas.