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Alberto Gil

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Fernando Gómez: “Rioja está fallando si el viñedo viejo no es rentable para los viticultores”

Fernando Gómez, con 43 vendimias a cuestas, recuerda que las bodegas arriesgan y hacen cambios y que también debe hacerlo la denominación

El enólogo con una elaboración especial de la añada 2016, en una imagen de mi compañero Justo Rodríguez.

Cuarenta y tres vendimias en Rioja. Fernando Gómez Sáez es, probablemente, el enólogo en activo con mayor trayectoria y siempre en el mismo sitio: Marqués de Cáceres. Autodidacta, participó en la ‘revolución’ enológica que Enrique Forner –fundador de Marqués de Cáceres fallecido en el 2011– trajo a Rioja a principios de los setenta y ha asistido a pie de viña y depósito a los trascendentales cambios de las últimas décadas: «La denominación ha dado un salto tremendo; en las bodegas hemos vivido una revolución industrial; profesionalmente la preparación ahora es extraordinaria y hemos pasado de 20.000 a 65.000 hectáreas». «El cambio es radical –continúa–, si bien es cierto que ahora Rioja también tiene que hacer ajustes porque, aunque lo vendemos todo, no lo hacemos a unos precios acordes a nuestro prestigio».

– Cuando dice cambios… ¿se refiere a los viñedos singulares?
– Las bodegas cambiamos continuamente renovando vinos y Rioja, la denominación, no puede quedarse atrás. Una distinción de vinos, como hace 20 o 30 años, por tiempos de envejecimiento no es suficiente. Por qué un viñedo singular, con una uva excepcional y una elaboración especial, tiene que estar más durante años en barrica para poder acceder a una categoría, a priori, superior como la crianza, la reserva o la gran reserva. Hay que reflexionar sobre lo que hemos hecho con el viñedo viejo: se ha subvencionado el arranque cuando debería ser patrimonio intocable. Rioja falla si el viejo viñedo no es rentable para el viticultor. Si una nueva categoría de viñedos singulares sirve para paliar ese defecto, bienvenida sea. Si el viñedo pasa a pocas manos de grandes empresas, la personalidad de Rioja se perdería. Es cierto que antes se vivía con 1.000 cántaras y hoy es imposible, pero también lo es que el 80% de la maquinaria agrícola sobra porque cada uno quiere tener la suya. Se puede hacer más rentable el cultivo y tenemos que hacer un esfuerzo porque los grandes latifundios no son un buen modelo.

– Usted comenzó en 1973. ¿Cómo se elaboraba aquellos años?
– En 1973, cuando se estaba montando la bodega, Enrique Forner me citó en agosto y me preguntó que sabía hacer: «¿Yo…?, de todo», le dije. «Si sabes hacer de todo empieza a trabajar». Me incorporé en septiembre a una empresa en construcción e hice, efectivamente, de todo: trasegar barricas, embotellar, analizar… Tuve mucha suerte porque Forner tenía las ideas claras y contaba con el asesoramiento de Emile Peynaud: un mes trabajando con ese hombre era mejor que un master. Todo lo he aprendido aquí.

– ¿Marqués de Cáceres revolucionó en los 70 la elaboración en Rioja?
– Sí. Enrique Forner pertenecía a una tercera generación dedicada al vino, con ideas de Burdeos. Entendía que aquí en Cenicero había grandes uvas, pero que faltaba profesionalidad. Cambió el estilo de vinos de Rioja: con más tiempo en barrica, pero nueva y francesa, y más tiempo en botella, además de conseguir una mayor extracción de la uva. Entonces en Rioja se vinificaba en depósitos de hormigón, no se remontaba, no se controlaban las temperaturas… Nadie daba importancia a la fermentación maloláctica, pero nosotros seguíamos las directrices de Forner y Peynaud. Hacíamos remontados y en la cooperativa de Cenicero, donde elaboramos hasta que hicimos bodega, se preguntaban qué hacía esta gente dándole vueltas al vino. Después vino el acero inoxidable y la revolución industrial de las bodegas.

– Y ahora se está volviendo atrás...
– Sí, especialmente en el viñedo. Mi padre, que era un viticultor de Cenicero, decía que las mejores viñas le traían a «diez cántaras por obrada», es decir, 4.600 kilos por hectárea. Esas viñas que antes ya eran las mejores son las que ahora utilizamos ahora para hacer los vinos top. Gracias a esos viñedos había grandes vinos también hace 50 o 60 años.

– ¿A qué atribuye el éxito internacional de Marqués de Cáceres?
– A la personalidad. Hubo unos años en que, con la nueva tecnología, muchos vinos eran iguales. Nosotros empezamos, y seguimos hoy en día, con los mismos proveedores y hacemos un estilo de vino propio. Enrique Forner aprovechó que él y su familia eran propietarios de dos chateaux en Francia con red comercial. Él sabía que había uvas fabulosas en Rioja pero que se podían hacer mejores vinos con un estilo propio. En el mercado nacional, sin embargo, no conocía a nadie y al principio el 90% del vino iba a exportación. Luego vino Antonio Mareca y montó la red nacional. Ofrecíamos un vino diferente de Rioja. A la gente le gustaba la finura y la elegancia y que de una añada a otra no había grandes diferencias.

– A finales de los ochenta y noventa se vuelve a mirar más a la viña y aparecen vinos más modernos, también de Marqués de Cáceres…
– En aquellos años a Rioja le vino muy bien el empuje de Ribera del Duero. Nos puso las pilas y aquí, en Marqués de Cáceres, no fue fácil. Cristina Forner, la hija de Enrique y actual presidenta, ya estaba en la bodega pero el fundador era un clásico y le gustaban los vinos finos y elegantes. Cuando sacamos Gaudium, en 1994, llevábamos un montón de tiempo dándole la ‘paliza’: «Nuestros clientes quieren vinos fáciles de beber, nos insistía…, elegantes y alegres». Finalmente, le convencimos. Más difícil fue aún con el MC en la añada 2001. Cuando venían los prescriptores, Cristina me pedía que sacara una botella y yo le decía que la pusiera ella porque su padre me echaría la bronca. Una vez, comiendo con Rafael García Santos, pusimos el MC. García Santos le dijo a Enrique Forner que no «iba a tener cojones para sacarlo al mercado». Yo creo que aquel reto le picó… (risas).

– ¿No es fácil sacar nuevos vinos?
– En una bodega como Marqués de Cáceres cuando apuestas por un estilo diferente arriesgas. Es lo que decía antes de Rioja: las bodegas cambiamos y la denominación no se puede quedar parada. En nuestro caso, los vinos clásicos tienen mucho éxito. Cristina, la siguiente generación, tiene una visión más abierta. Ahora, hemos sacado la gama Excellens, rosado y tintos, y siempre trabajo, cuando la añada da la cara, con selecciones especiales como la que estoy haciendo ahora para la familia.

– ¿Su ‘regalo’ de despedida?
– No lo sé (risas). Marqués de Cáceres es una empresa familiar y mi relación con la presidenta es de gran amistad. Tenemos un gran equipo, incluso contamos con el asesoramiento de Michel Rolland, y yo soy ahora para mi equipo el apoyo que era Enrique Forner en su día para mí. Creo que ya llevo suficientes años…, pero, de momento, Cristina Forner no me ha ‘dejado’ irme a casa.

Fernando Gómez está encantado con la calidad de la última añada, aunque, como casi todos, sorprendido por la cantidad: «La viña no la entiende nadie; casi nunca son dos y dos cuatro; los viticultores han descargado uva pero la naturaleza es así». En este sentido, defiende que el viticultor aspire a cubrir su cartilla. «Nadie está a favor de rendimientos de 15.000 kilos por hectárea, pero en la segunda quincena de agosto y la primera quincena de septiembre la sequía presumía que el fruto se vería resentido». «Lo más importante –continúa– es que puede ser una añada para recordar». De sus 43 vendimias tiene claro con la que se queda: «La 2001, aquellas uvas eran todas, todas, buenísimas…»

 

Rioja, la tierra de los mil vinos

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