Con harto dolor de corazón, hoy arranco una página. Roberto Fernández Bravo (Bodega Gobel) era uno de los cerca de 200 protagonistas del libro, Vinos Silenciosos, en el que, junto con Antonio Remesal, llevo tiempo trabajando para rendir homenaje a esos pequeños proyectos familiares que aspiran a poner nombre y apellidos a los viñedos, a los vinos y que se han rebelado contra la tiranía del ‘Rioja único’. El libro estará listo en breve, pero nacerá con una página en blanco. Conocí a Roberto, gracias al amigo Alejandro Muga, una fría tarde de invierno, en la que visitamos sus viñedos, la bodega, bebimos sus vinos, merendamos y conversamos. De aquella tarde, y algún que otro encuentro posterior, salió este texto que en su memoria, y con todo mi pesar para la familia, ahora comparto.
Bodega Gobel (Villalba de Rioja)
Villalba es una pequeña localidad a apenas cinco kilómetros de Haro. Un pueblo muy desconocido, limitado naturalmente por la falda sur de los Obarenes y una auténtica ‘gozada’ de calles y casas de piedras centenarias que quedaron al margen de la implacable huella del desarrollo urbanístico del finales del siglo XX y comienzos del XXI. Estamos hablando de un enclave muy singular desde el punto de vista del viñedo, cuyas uvas, casi bendecidas a los pies de San Felices en los Riscos de Bilibio, siempre han pagado muy bien las bodegas de Haro… y estas cosas pasan factura. En el pequeño municipio pueden encontrarse al menos una veintena de lagares familiares, donde históricamente se elaboraba vino, pero que se fueron abandonando.
Roberto Fernández y su tío Federico están ahí sin embargo, en un calado de la localidad y con Gobel -acrónimo de Goyo y José Abel, los dos primeros viticultores originales de la saga de ambas familias- como nombre de la bodega. Los Fernández cuentan con 20 hectáreas de viñedo, 10 de ellas en Baltracones, aunque seleccionan las mejores cepas, las más viejas y con mejor exposición solar para una pequeña producción de Ayázara, su vino principal con unas 5.000 botellas. “Nuestro sueño es poder ganarnos la vida con esto, aunque de momento es casi un hobby”, explica Roberto Fernández, enólogo de profesión, que trabajaba hasta hace poco para una de las grandes bodegas de Rioja y que ya ha asumido la explotación vitícola familiar al 100% para desarrollar su proyecto.
Federico es mecánico en una empresa de Vitoria y, tal y como recuerda en la entrevista con los autores de esta guía pasadas las nueve de la noche, “tenemos que ir abreviando porque me levanto todos los días a las 5 de la mañana para ir a la fábrica”. La situación se hace incluso crítica en vendimia: “Nuestros vinos son los vinos del ‘domingo’ y de las deshoras nocturnas, que es cuando vendimiamos las uvas y elaboramos porque tenemos que cumplir con nuestros trabajos”, explica Roberto. “No te voy engañar, y no es por quejarnos ya que supongo que habrá mucho ‘pequeño’ en las mismas, pero en vendimias las pasamos putas”.
El padre de Roberto es la tercera pata del proyecto, aunque no participa en el accionariado: “Su parte de las uvas se las pagamos con botellas de nuestra primera añada de Ayázara del 2010…”. “El problema -continúa entre risas Roberto- es que fue una cosecha fantástica y ahora el vino está extraordinario, así que, con buena voluntad, le vamos recomprando las botellas”. De hecho las características de suelos y clima de la comarca condicionan los futuros vinos, que piden largas estancias en barrica y botella para mostrar su mejor perfil. “Hacemos lo que podemos aguantándolos en bodega, pero llega un momento en que tenemos que sacarlo”, indica el enólogo. Gobel trabaja con roble francés de 500 litros, ánforas de barro y desde el 2013 adquirió también roble riojano, de Manzanares, que aporta mucha intensidad y que convence al enólogo: “Seguimos experimentando”, detalla, “pero mi madre es de Manzanares, así que le hemos cogido cariño; además la tanicidad de este roble riojano va bien para nuestros vinos”. Gobel ha lanzado también un blanco de viejas viuras de su finca El Calvario, con aporte (25%) de una nueva plantación de tempranillo blanco. También guardan en bodega una barrica de una garnacha histórica de la zona y, en todos sus vinos, podrá encontrar la auténtica identidad de una zona histórica, favorecida además por el cambio climático, pero sobre todo con la sinceridad de una pequeña e ilusionada familia.