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Alberto Gil

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El artesano urbano

Javier Arizcuren abre en el centro de Logroño, entre comercios convencionales, una bodega donde elabora, vinifica, cría, embotella, etiqueta… cata y vende sus vinos

El arquitecto y viticultor reivindica el concepto artesanal de elaboración en un espacio urbano y multificional, donde incluso recepciona la uva

LOGRONO. Calle Santa Isabel. Javier Arizcuren en su bodega urbana, en una imagen de Justo Rodriguez

LOGRONO. Calle Santa Isabel. Javier Arizcuren en su bodega urbana, en una imagen de Justo Rodriguez

En pleno centro de Logroño, en la discreta calle de Santa Isabel, una bajera de apenas 180 metros acoge la primera y única bodega urbana de La Rioja y, probablemente, de España. Javier Arizcuren, arquitecto de profesión y viticultor por tradición y devoción, vinificó ya la pasada vendimia por primera vez en Santa Isabel los 7.000 kilos de uva de sus propios viñedos del entorno de Quel y las laderas de Yerga: «Hacía 40.000 kilómetros al año, de Logroño a Quel continuamente, en muchos casos de noche, y un día decidimos en la familia que si quería seguir con esto tenía que pensar en elaborar el vino en Logroño». «Ahora –continúa– son las uvas las que hace 55 kilómetros en la vendimia en una furgoneta refrigerada y todo es más sencillo».
Bodegas urbanas con elaboración incluida, aunque habituales en los pueblos vitícolas, están apareciendo poco a poco en varias ciudades de EEUU, en Londres, en París, en Sidney… y, desde hace unos meses, hay una en Logroño. Arizcuren ha trabajado en el diseño de varios proyectos bodegueros ‘convencionales’, tanto de la edificación como de la ingeniería, y tiene claro que no va a pillarse los dedos: «Cuando trabajas para terceros –explica– los proyectos te vienen preconcebidos y, en algunos casos, están sobre dimensionados por lo que no acaban bien». «Este mundo del vino –continúa– no es fácil y en mi caso, aunque tengo 16 hectáreas en propiedad de mi familia, únicamente selecciono de momento entre dos y tres para elaborar mis vinos».
En este sentido, el arquitecto tuvo claro donde ubicar su bodega: «Es una bajera continua al despacho de arquitectura, la otra pasión de mi vida y en la que seguiré trabajando; el local estaba vacío durante décadas, así que cuando hablé con el propietario le encantó la idea». Sí que muchos vecinos no terminan de entender el concepto: «Cuando preguntan les digo que es una bodega de elaboración…, y me contestan: ¡ahhh!, una tienda…! No, una bodega…», … «pues eso, una tienda de vinos»… «De hecho, una señora me insistió tanto en la vendimia para que le vendiera un par de kilos de uva que se los regalé, pero poco a poco se irán familiarizando».

Normativa municipal
Arizcuren aprovechó un cambio de la normativa municipal del año 2016 que permitió utilizar las plantas bajas urbanas de hasta 200 metros para actividades artesanales: «Los técnicos municipales fliparon un poco cuando les hablé de abrir una bodega, pero lo cierto es que no hay artesanía más propia en Rioja que la elaboración de vinos». «En las ciudades –continúa– hemos echado a las bodegas a los polígonos industriales y, aunque está claro que algunas muy grandes no pueden convivir en un casco urbano, otras más pequeñas, desde mi punto de vista, enriquecen mucho una ciudad como la nuestra».

Asegura que no hay molestia alguna para los vecinos ni hubo tampoco ningún problema con Sanidad, más allá de construir un depósito subterráneo para el almacenamiento aguas y residuos: «No hay olores, no hay nada… únicamente una furgoneta aparcada en la puerta en la vendimia».

En el interior de la bodega –‘Taller de Arizcuren Vinos’ en Internet, donde se pueden concertas catas y visitas–, destaca el pragmatismo: los pequeños espacios son multifuncionales y en esos 180 metros es capaz de completar todo el proceso: «tengo depósitos, barricas, un mini laboratorio, etiquetadora y hasta embotelladora portatil, con la que nos apañamos por poco más de 1.000 euros». «No hacen faltan grandes cosas, más allá de buenas uvas, para hacer vinos», sostiene. «No tengo equipos de frío –continúa–, traigo la uva refrigerada en una furgoneta que alquilo en vendimia y no me hace falta una inversión de 20.000 euros».

Arizcuren ha recreado un antiguo dispensador de vinos, con suelo de hormigón con resina para mantener la pulcritud y baldosín blanco como el de añtaño en las paredes:todo un lujo, una auténtica bodega urbana visitable y activa en el centro de Logroño… y quizás precursora de futuros artesanos del vino.

Los viñedos: Yerga, el mazuelo y las garnachas por identidad

En sus poco más de media docena de depósitos reposan el trabajo de Javier Arizcuren, mientras que en la poco más de docena de barricas se crían unos vinos auténticos, mazuelos y garnachas que, con una rigurosa selección y trabajo de campo, han llevado los vinos de Arizcuren a más de 25 restaurantes con estrella Michelín de España. «Este modelo, de unos pocos miles de botellas, funciona en Francia, en Italia, en países del Nuevo Mundo… por qué no hacerlo en Rioja».

Arizcuren reclama espacio para el pequeño vitivinicultor en esta denominación de origen que ha apostado por la generalidad y que sólo en los últimos años intenta revertir el camino para dejar espacio a las singularidades, a los vinos originales y al talento de nuevas generaciones comprometidas con los viñedos.
Sus viñas escalan hasta las laderas norte de Yerga, en la comarca de Quel. Una viticultora prácticamente salvaje, despensa habitual de corzos y jabalíes y que sigue luchando contra la erosión: «El viñedo lamentablemente bajó al valle, se sustituyeron garnachas por tempranillo y el monte fue ‘invadiendo’, desertizando, las viejas garnachas abandonadas». «El proceso es reversible y yo personalmente creo mucho en esta zona, muy desconocida, pero con un extraordinario potencial histórico». De momento, la primera apuesta del viticultor con un varietal de mazuelo (‘Sólo Mazuelo’) le ha llevado a los mejores restaurantes de España y de Europa. La siguiente ya está en la calle ( ‘Solo Garnacha’) y en bodega reposa la siguiente: otro varietal, espectacular recién embotellado, de garnacha a casi 750 metros de altitud, una pequeña ‘isleta’ de viñedo prefiloxérico (120 años) en el mismo bosque.

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