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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

UNA FOTO BORROSA

Ahí estaban ellas, echando un pitillito en horario laboral para enjugar la garganta después de desgañitarse en favor de los trabajadores públicos. Las pancartas reposaban junto a la pared, y las cuatro manifestantes se refugiaban del sol junto al Parlamento después de poner su gesto más reivindicativo para las cámaras esperando verse en la portada del periódico al día siguiente. Cuando un rato más tarde el fotógrafo se acercó para tomar un encuadre distinto, un mohín avieso se instaló en su mirada. «¿Y tú qué quieres?», le retaron como temiendo que el reportero fuera un paparazzi buscando robar su alma o arrancarles las pegatinas rojas de la solapa. Como si lo que llevaba en la manos no fuera una herramienta de trabajo sino un arma de destrucción masiva.

«Así que uno de LA RIOJA», concluyeron tras las explicaciones del currante, que no por desgraciadamente habituado a los desplantes perdía la educación. La revelación exaltó definitivamente su vena feroz. El chaval se convirtió ante sus ojos en Kaiser Soze, un George Bush en vaqueros al que despacharon acusándole de colaboracionismo con el mal y de enriquecerse servilmente. Ni siquiera haciéndoles saber que también él es un proletariado con hipoteca y apreturas, que su abultada jornada se saldaría ese día con seis euros, que quizás la próxima manifestación deberían convocarla en defensa de él mismo y otros miles de parados más se aplacaron. Él encarnaba a la prensa. Ellas, por fortuna, no representan al auténtico sindicalismo.


Fotografía: Díaz Uriel


mayo 2010
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