En este nuevo post de la serie ‘Pintura y jazz’ vamos a poner en relación las obras de dos de los más grandes creadores que dio el pasado siglo XX. Por un lado, Jackson Pollock, principal representante de la vanguardia pictórica estadounidense, y por otro el saxofonista John Coltrane, genio incontestable del jazz moderno e icono de la cultura afroamericana.
A John Coltrane ya le conocemos un poco en este blog y sin duda volveremos a él repetidamente (por ejemplo a medida que avance la sección ‘Mis 40 Principales’). Comenzó tocando be-bop en la orquesta de Dizzy Gillespie, evolucionó al hard-bop en el grupo de Miles Davis y, desde comienzos de los 60 hasta su prematura muerte en 1967 (cuando tenía 40 años) debido a problemas hepáticos, encontró la vía formal para elevar el jazz a una nueva dimensión, a una nueva frontera que todavía, casi medio siglo después, no ha podido ser superada.
Lo mismo que Pollock en la pintura, Coltrane rompió muchas de las reglas establecidas en la música e inventó nuevas formas expresivas. Por ejemplo, la forma de lanzar la pintura contra el lienzo de Pollock, de manera violenta y dinámica, creo que tendría su equivalente en las improvisaciones torrenciales y frenéticas de Coltrane, que también lanzaba al aire con furia sus famosas ‘láminas de sonido’, creando obras maestras de enorme abstracción pero también de enorme carga emocional.
La carrera artística de Pollock avanzó de forma muy similar a la de Coltrane, es decir, buscando cada vez más libertad formal y más expresividad, pues pasó de ser un admirador de Picasso a ser más tarde seducido por la escuela surrealista y terminar finalmente reivindicándose a sí mismo como un creador iconoclasta, rompedor, novedoso y, en todos los sentidos, extraordinaro.
Como en el caso de Coltrane, la existencia de Jackson Pollock fue breve (murió en 1956, a los 44 años, en un accidente de tráfico) pero muy prolífica. Ambos representan a la perfección la figura del artista totalmente entregado a su obra, de vida, por lo tanto, inevitablemente desordenada; ambos padecieron las consecuencias del alcoholismo; ambos fueron adelantados a su tiempo, creadores en el más puro sentido del término; ambos jugaron con el caos como forma de liberación; ambos, en fin, fueron vanguardistas radicales que se cuestionaron todas las estructuras predeterminadas y posibles, llevándolas a su límite, llevándolas, en último término, a su destrucción.
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