Ya lo dice el Eclesiastés, todos los ríos van a dar al mar, pero el mar jamás se sacia. Así son ellos, no me atrevo a nombrarlos, pero usted ya sabe a quienes me refiero. Pues sí, ellos son insaciables, esa certeza me inunda cada mañana cuando escucho las noticias antes de ir al trabajo. Cada día se nos pide una vuelta de tuerca más y de no hacerlo el precio es sencillo y la amenaza sobrecogedora: medio millón más de compatriotas se quedarán sin empleo. Ya se encargan comentaristas, analistas, politólogos, economistas, caza-recompensas, agencias de rating y todo tipo de portavoces de aquellos que nos gobiernan, me refiero a los que mandan de verdad (a ellos) no a los que votamos en las elecciones, de mostrarnos una variada casuística de desgracias que pueden sobrevenirnos colectiva e individualmente si no cumplimos sus, cada vez, más abusivas demandas. Yo creo que tienen intervenido hasta el horóscopo, no nos dan ninguna esperanza, para que nuestra desmoralización y nuestro miedo adquieran tal magnitud que seamos capaces de renunciar hasta los más elementales derechos y por supuesto para tenernos callados, sometidos y atados de pies y manos.
En fin que tengo la sensación de que llevamos meses y meses, que ya suman años, nadando y nadando sin descanso hacia una orilla que cada vez está más lejos y las fuerzas cada día más menguadas. Llevamos cuatro años escuchando como un martillo pilón o como la gota malaya las famosas recetas del control del déficit público y la regla de oro, del equilibrio presupuestario. Esta última parece recién inventada pero no es otra que la que padres y abuelos nos enseñaron siempre: -hijo, no gastes lo que no tienes. Pese al régimen de adelgazamiento al que estamos sometidos nadie da hoy un duro porque vayamos a cumplir a fin de año el objetivo de déficit del 4,4 y ya comienza a escucharse con insistencia algo que algunos llevan meses predicando, que sólo con ajustes y sin medidas de estímulo la recesión es un hecho. Pues nada, la recesión ha llegado y parece que piensa quedarse entre nosotros largo tiempo, no es de extrañar que el nobel de economía Stiglitz haya comparado los ajustes con las sangrías medievales, que no sólo no sanan al paciente sino que simplemente lo debilitan.
Pero nada, ahí tenemos a la jefa de Europa, Angela Merkel que, inasequible al desaliento, se niega a todo: no a incrementar el fondo de rescate del Fondo Monetario Internacional, no a las medidas de estímulo, no a reconsiderar el objetivo anual del déficit público, no a los eurobonos, no ayudar al parado porque se incrementa el déficit, no a saludar al vecino por la mañana que se pierden fuerzas para trabajar, no, no y no. Reconozco que, hace un tiempo, la rotundidad de sus posiciones me resultaba interesante, yo creía que eran señal de un plan bien trazado pero ahora comienzo a pensar que tanta intransigencia e inflexibilidad, quizás no sean un símbolo de inteligencia sino de una tozudez a prueba de bombas y misiles que tampoco ha podido evitar que Alemania también esté en las puertas de la recesión. Puede que esta crisis demuestre que la estupidez es, hoy por hoy, la única ciencia exacta, para mayor gloria de Einstein. Hay que reconocer que los problemas de Alemania no son como los nuestros, pero en fin, que según pasa el tiempo y después de ver como Francia, tras seguir a la dama de hierro, ha perdido la triple “A” de su deuda, una comienza a preguntarse si no será que Merkel es como la Reina de las Nieves del cuento de Andersen. Me explicaré, la Reina de las Nieves al llevar al protagonista a su reino lo dejó helado para siempre. Yo no sé usted pero yo, a estas alturas, me siento como un témpano de hielo y sólo albergo la lejana esperanza de que por fin salga el sol y se produzca el deshielo.