El vacío que dejan los sabios sólo lo ocupa la inmensidad de su obra. Esa es la prueba empírica de que ellos nunca serán materia de olvido. Es el recuerdo, renovado como un bucle que rota, el que certifica su permanente presencia. Nos ha dejado Gustavo Bueno un pensador de los grandes, un filósofo con mayúsculas. Un Sócrates, un Platón, un Aristóteles del siglo XX, un hombre que se hacía preguntas, perseguía respuestas, cuestionaba lo que a otros parecía evidente, indagaba sobre el hombre y el universo. En definitiva, don Gustavo pensaba y haciéndolo alimentaba el verdadero motor de la existencia: el anhelo de conocimiento del mundo, nuestro mundo.
Puede decirse que Gustavo Bueno, riojano ilustre y español excelso, se ha ido cuando la vitalidad de su discurso y el apasionamiento en exponerlo todavía permanecían intactos. Es lo que tienen los grandes hombres que siempre están construyendo algo desde sus mentes preclaras entrenadas a diario en la travesía del inmenso océano de las dudas. A él le ocurrirá como a Ortega y Gasset, a José Saramago, a José Luis Sampedro o al poeta Ángel González que su obra garantizará su presencia entre nosotros hasta la infinitud del recuerdo.
Mientras don Gustavo partía hacia otros mundos ignotos buscando un ágora lejana donde reunirse con sus iguales, en nuestro mundo todo transitaba por los senderos de su decadencia cotidiana. Mientras leía obituarios he conocido que estos días se han multiplicado las noticias de los usuarios de Pokémon Go. Imaginé que si el profesor Bueno llegó a conocer este fenómeno estará ahora contando a los contertulios del ágora la última novedad que distrae al mundo. Con su pasión habitual les ilustrará de cómo en la actualidad millones de personas se dedican a perseguir con sus teléfonos móviles a unos animalitos inexistentes que de forma virtual ocupan parques y plazas. Les explicará que la caza de los pokémons está enloqueciendo al universo humano hasta el límite de que algunos llegan a poner en riesgo su propia integridad física (y mental) tratando de capturar muñecos que sólo pueden verse en las pantallas de sus aparatos. El furor por las reuniones de cazadores de pokémons es tal que algunos hasta tienen miedo a sentarse en el parque no vaya a ser que entre la hierba se esconda alguno de estos seres que no existen pero que son vistos por sus ardorosos seguidores. En resumen, contará que una legión de seres humanos, presuntamente racionales, sólo piensan en reunirse en pokeparadas de adictos en todas las plazas del mundo.
Yo imagino que, pese a su capacidad y vehemencia discursiva, don Gustavo tendrá dificultades para hacerse entender entre los sabios de su ágora lejana al comprobar que las preocupaciones actuales distan mucho de parecerse a esas categorías universales que siempre ocuparon a los hombres desde el comienzo de los tiempos. Les contará que en el planeta Tierra se multiplican los bombardeos sobre población civil en Siria, los atentados en Irak, Afganistán, Turquía, Niza o París, que millones de refugiados llegan a Europa desolados si antes no han muerto en el Mediterráneo, que la represión y las violaciones persisten en países sin democracia, que crece la desigualdad y la desesperanza, que Europa se desmorona como proyecto… Que en su país, España, la población lleva meses sin gobierno, que mientras la sanidad y la educación se deterioran los corruptos y corruptores del sistema disfrutan de sus botines. Dígales que al tiempo que los problemas se multiplican una parte importante de su juventud, en vez de pensar cómo luchar contra la injusticia, se dedica a perseguir quimeras atados a un teléfono móvil del que no se separan ni para ir al urinario, un lugar tan íntimo que no debiera ser invadido ni por un pokémon ni por un humano inteligente. En fin, don Gustavo, cuénteles que el mundo ha enloquecido y que no se divisa en el horizonte suficiente inteligencia para salvarlo.
P.D.: A la familia y amigos de don Gustavo Bueno desde Calahorra, donde nacieron su padre y su abuelo, el sincero abrazo de esta calagurritana.