Entre caminar sin calzado o renunciar a mi pene…opto por la primera posibilidad. Soy un hombre. Lo tengo en gran estima. No podría ser “Carmelita”…ni descalzo ni con tacones de aguja.
El celibato está demostrado que es muy perjudicial para la salud mental de los individuos – e individuas- de la especie humana que se lo auto imponen por imperativo moral o laboral.
Reprimir necesidades biológicas y ancestrales… ¡nuestros más profundos deseos!, nada bueno puede reportar. El ser humano ya hacía uso y abuso de su sexualidad miles de años antes de que a algún iluminado se le ocurriera (hace cuatro días) la feliz idea de que los herederos de la tribu de Leví tenían que ser célibes. Algo inaudito, que de haberse observado con rigidez desde el paraíso terrenal (allá entre el Tigris y el Êufrates) hubiera concluido de forma prematura con la extinción -por falta de reproducción- de nuestra propia especie. Cosa que afortunadamente no pasó.
Los humanos follaron con fruición y verdadera alegría, lo que dio lugar al posterior alumbramiento de seres humanos formidables y dispares, como Alejandro Magno, Cleopatra, Rouco Varela o Belén Esteban.
El colectivo eclesiástico…curas, monjas, obispos y frailes, son un buen grupo de estudio clínico para confirmar o desmentir esta teoría. A cada persona la supuesta ausencia de cualquier tipo de práctica sexual afectará de diferente manera, pero seguramente ninguna será de forma positiva. A unos se les avinagrará el carácter, otros se volverán introvertidos. Los habrá quienes por no poder joder (sexualmente hablando) se dediquen a lo mismo… pero de otra manera. Por último, aparecerán casos en los que la abstinencia impuesta contra la voluntad inconsciente de la persona, -unida a deficiencias psicológicas- desemboquen en conductas reprochables como los abusos a menores, que tanto revuelo están levantando últimamente en la meca del celibato…la Iglesia Católica.
Desde el fundador de los ultra-católicos “Legionarios de Cristo”, hasta el último caso aparecido en los medios, cualquier persona con algún tipo de trastorno mental es susceptible de mostrar una conducta de abuso sexual, ante una represión inducida. La particularidad en los casos asociados a la Iglesia Católica reside en discernir hasta que punto la estricta obligación moral de no mantener relaciones sexuales – ni con los demás, ni con uno mismo- es una imposición que puede actuar como detonante en estas conductas.
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Lo que ahora no puede hacerse – y es a mi juicio una aberración – en plena vorágine de casos de abusos relacionados con la iglesia, es abrir los “telediarios” con la noticia de que unos “Carmelitas Descalzos” presentan ante la fiscalía una denuncia contra un miembro de su orden por presuntos abusos a un menor. Aparecen de repente ante los medios como honrados ciudadanos, ¡casi héroes!, que conociendo estos reprochables hechos se personan ante la justicia para denunciarlo, pero…nada más alejado de la realidad. Al parecer, el caso denunciado ahora, sucedió en 2007. Los Carmelitas estos, lejos de denunciar en su día el caso…se callaron como bellacos. Trasladaron al presunto pederasta a otros convento de la orden en Castilla León y, …¡eso es todo!.
No sabemos si el presunto descalzo con pene siguió con sus presuntas prácticas en el nuevo destino. Si otros monaguillos fueron invitados a recostarse sobre un colchón.
Los compañeros del Carmelita, que ahora acuden al fiscal, (porque así lo ha patrocinado el Papa de Roma), son encubridores de un delito y, por tanto, deberían de ser procesados y juzgados por ello.
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En España la ley que rige es la de los hombres (y mujeres)…no la de Benedicto XVI.