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Loco por incordiar

Defensa del señor D'Hondt

Un poco por llevar la contraria a todo el mundo, me apetece en estos días de resaca electoral defender, siquiera levemente, al señor Víctor D’Hondt, sociólogo belga (1841-1901), autor del sistema de representación proporcional que decidimos adoptar hace 30 años y, según se oye mucho por ahí, energúmeno, criminal y asesino en serie de voluntades democráticas.

Antes que nada, conviene que nos caigamos pronto de un burro: ningún sistema electoral es perfecto. Todos tienen sus (muchos) inconvenientes. También el nuestro. Cualquier observador medianamente perspicaz se hace cruces, por ejemplo, ante la relación votos/escaños consechada por UPyD (1,1 millones/5 escaños) y por Amaiur (0,3 millones/7 escaños). Sin embargo, no cargemos todas las culpas sobre las espaldas del pobre señor D’Hondt: su sistema no engendra por sí mismo estas diferencias tan sangrantes. La clave está en la división española por circunscripciones. Eso es lo que hace que un diputado por Soria necesite muchísimos menos votos que otro que se presente por Madrid. Por eso también Amaiur ha sacado más escaños que el PNV, aunque ésta haya sido la fuerza más votada en Euskadi: Amaiur ha arrasado en Guipúzcoa, provincia con mucha menos población que Vizcaya, bastión del PNV.

En España decidimos fijar las provincias como circunscripciones. A priori, no parecía mala idea. Se trataba de que territorios poco poblados pero con entidad propia, como Soria, Teruel (o Logroño) tuviesen algunos representantes en el Congreso (el Senado es otra historia). De lo contrario, Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao coparían casi todos los escaños. Así nos evitábamos también vergüenzas como el ‘gerrymandering’, una conducta que nos viene muy al caso.

En el año 1812, el gobernador de Massachussetts, Elbridge Gerry, comprobó que su partido no lograba la mayoría en algunos distritos de su estado, así que decidió cargarse la división y unificar todos los distritos en uno. De este modo, se aseguraba la mayoría. El distrito resultante parecía el dibujo de una salamandra (‘salamander’, en inglés) y los periodistas acuñaron la palabra ‘gerrymander’ para definir su actuación. Desde entonces, el ‘gerrymandering’ designa la manipulación de distritos electorales para conseguir la mayoría.

Así que ojito con tocar las circunscripciones. Quizá podamos ahora maquillar algo el sistema (tal vez con circunscripciones autonómicas o aumentando el número de escaños en el Congreso para favorecer a las fuerzas nacionales más votadas), pero las iluminaciones repentinas son malas consejeras. No sería partidiario de adoptar la circunscripción electoral única, salvo que verdaderamente instituyeramos el Senado como cámara de representación territorial. Pero ningún partido parece por la labor.

Con otro agravante. Quienes hicieron la Constitución y nuestra Ley Electoral no eran precisamente tontos. Un parlamento muy fragmentado puede resultar refrescante (y periodísticamente atractivo), pero inmanejable. Echemos un vistazo a Italia. El bipartidismo moderado de nuestro país tiene muchos vicios, pero también alguna virtud. Estoy de acuerdo en que podemos reflexionar sobre todo esto y también creo que podría mejorarse el sistema electoral, pero no nos vengamos arriba con entusiasmos utópicos. Hay que estudiar mucho (y contemplar sosegadamente los pros y los contras) antes de decidir algo. Y que nadie se ilusione demasiado: desde que se eliminó el sorteo ateniense como sistema de provisión de cargos públicos, no hay democracias perfectas.

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