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Loco por incordiar

De caseta a casota

A veces, cuando nos preguntan cosas incómodas, se nos cruzan los cables y escogemos la peor respuesta posible. Parece como si nuestras neuronas entraran en un repentino estado de ansiedad y comenzaran a chocar unas con otras, montándose un lío de mil demonios.

Todavía recuerdo a un antiguo consejero del Gobierno riojano (hace ya muchos años) que, acorralado por las denuncias de haber favorecido a no sé qué consorcio de su propiedad, convocó una rueda de prensa para sentenciar con solemnidad: «Yo no soy accionista de mi empresa». Aquel adjetivo posesivo (‘mi’) fue corregido de inmediato y quizá solo fuera un lapsus, pero arruinó todo su discurso exculpatorio y acabó con cualquier coartada posible, por más papeles, juramentos y certificados que entonces enseñase.

En esta vieja historia pensé cuando escuche el miércoles al presidente de La Rioja, Pedro Sanz, en el Parlamento. Acusado por la oposición de haberse construido un casoplón ilegal en Villamediana, no se le ocurrió otra cosa que decir, según leo en este periódico: «De las 700 irregularidades que hay en Villamediana, ustedes solo se fijan en Pedro Sanz».

¿Qué ha querido decirnos? ¿Que en efecto su casa es ilegal? ¡Por supuesto que sobre todo nos fijamos en usted! Cuando una persona asume una alta responsabilidad pública, debemos exigirle un plus de respetabilidad, de pulcritud, de honestidad. Resulta inadmisible que nadie (y menos un político con mando en plaza) se escude en que mucha otra gente ha hecho picias para poder hacerlas él mismo.

¿O acaso puedo yo dejar de pagar impuestos porque el amigo Bárcenas se los pasaba por el forro?

 

(*) En la fotografía, de mi compañero Justo Rodríguez, Sanz posa en su seiscientos a la entrada de su casa en Villamediana

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