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Loco por incordiar

Plasmados

Dicen los físicos teóricos, gente admirable, habitantes de un fascinante mundo de números, letras griegas y ecuaciones, que la materia se nos presenta en cuatro estados: sólido, líquido, gaseoso y plasma. Confieso que este cuarteto me provocaba hasta hace poco frecuentes dolores de cabeza. Yo sabía bien cuándo algo era sólido (la mesa), líquido (el agua) o gaseoso (el vapor), pero no podía siquiera intuir qué cosa era un plasma.

Acudía entonces a los libros, leía alguna hermosa definición y me quedaba atónito: «El plasma –ponía– es un estado fluido similar al gaseoso, pero en el que determinada proporción de sus partículas están cargadas eléctricamente y no poseen equilibrio electromagnético». Aquellas palabras rebotaban por las paredes de mi cerebro, bailaban juguetonas con mis neuronas y me dejaban de nuevo a oscuras, lleno de angustiosas dudas: ¿Qué demonios es realmente un plasma? ¿Qué forma tiene, cómo huele, a qué sabe? ¿Dónde puedo ver uno?

Ahora por fin lo sé: Rajoy es un plasma.

Lo veo hablar siempre por una pantallita extraplana, confortablemente encerrado, sin posibilidad alguna de interconexión con la humanidad preguntona, lejano y difuso como un demiurgo tecnológico y hasta me parece que, como aseguran los físicos, arrastra algún tipo de desequilibrio electromagnético: balbucea, se desdice, en ocasiones se trompica y nunca jamás bajo ningún concepto pronuncia la palabra Bárcenas.

Y veo luego a los dirigentes del Ayuntamiento de Logroño, que quieren restringir la entrada a los plenos municipales, y pienso que en el fondo también ellos (Merino, Gamarra, Sáenz Rojo) quisieran, como su Barbado Líder, disolver su incómoda solidez y convertirse en inaccesibles imágenes de plasma.

(*) En la foto, de Jon Nazca para Reuters, Rajoy nos contempla encerrado en mil pantallas. Me recuerda a cuando, en la película ‘Supermán’, los jueces del planeta Kripton metían a los malos en cristales y los mandaban a hacer puñetas por el Universo. Cosas mías.