En el principio fue el verbo, se lee en el primer párrafo de la Biblia. A mí me gustaría empezar este blog, que gentilmente se me ofrece desde “lomejordelvinoderioja.com”, diciendo que en el principio fue la cata (o apreciación sensorial, como a mí me gusta llamarla); o en todo caso que en el principio fue el vino. Ya tendremos tiempo de explorar estas aseveraciones y ver si hay algo de cierto en ellas.
De todos modos que primeramente fue la percepción sensorial, la palabra, el vino, para nosotros los humanos es algo evidente, y además es perfectamente recurrente para los fines que nos proponemos en esta ventana abierta del patio vecinal mundial que es internet, y a cuyo foro están invitadas todas aquéllas personas que tengan sensibilidad e inquietudes por ahondar más en factores tan fundamentales en nuestras vidas como son la apreciación sensorial –imprescindible si queremos sobrevivir exitosa y gozosamente-; la palabra –si queremos darle lustre a nuestros días combatiendo el aburrimiento cósmico que padecen el resto de animales privados de la misma-; el vino –si definitivamente queremos traspasar el umbral de la ordinariez vital cambiando momentos anodinos, perdidos, por otros rebosantes de placer, cuando no de verdadero éxtasis sensorial-.
Bueno, pues para toda aquella persona que todavía continue leyendo estas líneas, para empezar tengo una (otra) buena noticia. ¿Sabes qué son las sirtuinas? Yo ni idea hasta que el otro día leí un artículo en donde se apuntaba que estas enzimas, al activarse, parece que realizan una cierta función relacionada con el alargamiento de la vida, si hay restricción calórica de por medio. Y el resveratrol, sustancia polifenólica presente en el hollejo de la uva y por lo tanto en el vino (como el resto de sustancias responsables de los colores, aromas y sabores) sirve como activador de tales enzimas. La buena noticia, que no lo había aclarado, es que se necesitan unas ¡trescientas copas de vino! para que la cantidad de resveratrol resulte efectiva para desencadenar esos procesos, ( ja, ja, ja.)
Vale; ya en serio. Admitámoslo, en estos tiempos que corren y que se corresponden con los años iniciales de este tercer milenio, tal y como están los asuntos tanto en la vida pública y social como en la esfera de la vida privada de las personas, un solo recurso nos cabe: vivir con coherencia y comprometidamente a la vez que -cuando se pueda- insuflar en nuestras horas de ocio dosis de alivio, relax y placer (al menos) sensorial que propicie un sano disfrute. Un elemento que sin duda puede ayudar en ese sentido es el vino, ese elixir maravilloso fruto de la madre naturaleza y de la sagacidad y sabiduría de los seres humanos. El vino. Vehículo de placer y de creación artística. Espoleador de sensaciones y quimeras. Hacedor de cultura y, a veces, verdugo en mentes limitadas.
Nunca como en nuestra época los vinos han estado mejor elaborados, y nunca antes han proporcionado, de un modo generalizado, más satisfacciones a quienes los consumen. En una copa de vino se pueden aquilatar verdaderos festines sensoriales. Con sus colores, en sus aromas, a través de sus prestaciones sápidas. Los vinos enganchan al placer de vivir, estilizan y aligeran las obligaciones, permiten que el trato humano sea más prolífico y, en fin, son parte necesaria de una dieta más sana y completa.
El vino entendido como una obra de arte que se crea surgiendo de realidades – y de las relaciones que éstas establecen- por medio de las manos del artista/enólogo con la imaginación, la sugestión, la evocación y el deseo. Igual que en un poema o en una sinfonía, tomando partes, sustancias que por separado no significan gran cosa, al ponerlas en relación y facilitar que se mezclen, agreguen, transformen, establezcan nuevas identidades y evolucionen, dan como resultado una identidad nueva, distinta a todo lo anterior conocido. (Cada vino es único). Símbolo de la magia, del verdadero sentido creador del ser humano que lo regala a los demás para que lo gocen. Porque – y esto es lo que hace al vino especial – esta creación original puede ser disfrutada de un modo total, es decir, logras que penetre en ti a través de todos los sentidos, propiciando por tanto una fusión plena con la naturaleza con efectos cósmicos.