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HACEDORES DE RIOJA II. BENJAMÍN ROMEO, PROFETA DEL VINO

Hay una característica reseñable que define con propiedad a Benjamín Romeo: es un hombre forjado a sí mismo. Realmente se puede decir que lo que ha conseguido a día de hoy se lo debe exclusivamente a su trabajo, a su tesón, a su espíritu visionario, librepensador, a su intuición natural de hombre de la tierra, a su vocación rompedora. Quien ha tenido la oportunidad de tratar con él y compartir algún rato que otro en su ambiente de trabajo diario, antes de los famosos cien puntos Parker dos años consecutivos, puede asegurar que ello es así.

Recuerdo una fría mañana del invierno de 2005 en que me acerqué a San Vicente a saludarle. Llamé al portalón de la lonja de su padre, que utilizaba para elaborar las primeras cosechas en solitario, y me lo encontré en plena faena de trasiega con las lías de una de las barricas pasándolas de un cubo a otro para oxigenarlas. Echó un poco en una copa de aquella materia viscosa, de color negruzco y aspecto poco agradable y me dijo: “Huele”. Efectivamente, olía mal. Después procedió a pasar enérgicamente, aireando, el contenido de un cubo a otro un buen montón de veces y me volvió a ofrecer otro poco; para mi admiración esas heces aireadas olían maravillosamente reproduciendo los aromas sutiles que se encuentran en un vino joven, profundo y complejo.

En otras ocasiones me lo he encontrado por el pueblo de camino a o volviendo de las viñas, con todas las trazas de un labriego, pues se considera a sí mismo hombre de campo. Digamos que es el prototipo auténtico de vitivinicultor, con alma de artista transgresor e iconoclasta, que inicia y termina todo el proceso de creación del vino, desde el periodo de reposo invernal de la cepa hasta el diseño de la cápsula con bajorrelieves especiales que cerrará la botella. Con el añadido de ser igualmente un “bon vivant” internacional, amante del buen comer y beber y demás cohorte de excesos sibaritas. Y todo a un ritmo frenético. Hay una canción de EAGLES cuyo título “Life in the fast lane” (Viviendo a tope) ejemplifica atinadamente el decurso vital y profesional de Benjamín Romeo. Él trabaja deprisa. Crea deprisa. Recoge un premio sin apenas tiempo de haber digerido el anterior. Y de igual manera se atreve a gestar y construir una bodega ultramoderna con un diseño resuelto con eficacia y perfectamente mimetizada en el entorno físico de su amado pueblo. ¿Pero cómo sucedió todo?

GÉNESIS DE UN MITO

San Vicente de la Sonsierra es un lugar especial. Posee un legado histórico repleto de sucesos que de alguna manera ha marcado el carácter de sus gentes. Herencias navarras e idiosincrasia castellana… en un ambiente típicamente riojano. El comportamiento climático de la zona a los pies de la Sierra Cantabria, unido al abandono secular padecido, forjó un modo de ser sin duda duro y asceta que pervivió ajeno a los cambios políticos y sociales; y buena muestra de ello son las procesiones de los “picaos” con sus autoflagelaciones públicas. Por otra parte esas tierras quebradas de la margen izquierda del rio Ebro, de una discontinuidad sin aparente final: terrazas, laderas, hondones, son la base extraordinaria que configura un espacio geográfico excepcional para el cultivo de la vid.

De siempre fue así, pero lo cierto es que en la segunda mitad del pasado siglo, mientras la zona languidecía dormida en el sueño de los justos que ignoraban la valía del terreno que pisaban, el padre de Benjamín tenía que irse a trabajar a la azucarera de la vecina Miranda de Ebro. Por suerte hoy en día definitivamente se ha conformado un tejido social que ha apostado por el viñedo como monocultivo. Prácticamente todo son viñas en el término municipal. Pero lo más notorio, paradójico y difícil de entender es que hace poquísimo que se ha dado ese salto cualitativo. Cuando Benjamín Romeo decide irse a estudiar Enología a Madrid, toda la zona de la Sonsierra estaba apenas despertando de un letargo de siglos. Todo ese potencial que ahora están demostrando sus vinos estaba sencillamente tapado. Casi todo lo que se elaboraba era vino de cosechero que se vendía a bodegas de Haro y de otros sitios; y apenas se embotellaba. Impaciente y descontento en cada uno de sus regresos al pueblo mientras estudia en Madrid, Benjamín va fraguando la idea de que hay que cambiar modos, estilos, elaboraciones y conceptos en el monocorde ideario de La Rioja. Al terminar Enología decide ir a Burdeos a especializarse y “coger nivel” pero entremedias Juan Carlos López Lacalle le ficha para Artadi, que a la sazón estaba igualmente empezando. Me cuenta Benjamín que recién empezó a trabajar en la bodega, Juan Carlos le dio unas pautas y se marchó a Barcelona a resolver unos asuntos. Lo demás ya es historia. Que actuó en connivencia con él pues se dio cuenta de que iba en la línea que Benjamín perseguía. Que de alguna forma fue su maestro y mentor al crear escuela en Artadi ya desde la primera cosecha que elaboraron en 1986, seguida por el primer crianza elaborado en 1987, más tarde en 1990 elaboraron Pagos Viejos y en 1991 Viña El Pisón.

Benjamín Romeo en cualquier caso va de librepensador; sigue su instinto natural, improvisa, aprende, y girando cosechas, estaciones, con sus días de duro trabajo y sus noches de juergas para ir tomándole el pulso al gusto de vivir – que no todo va ser ascetismo como hicieron todos sus antepasados… casi como quien no quiere la cosa hoy bien podría jactarse de ser un actor protagonista de la revolución que definitivamente ha catapultado a La Rioja a la cima de los grandes vinos mundiales. O dicho de otro modo, que la revolución empezó con él.

CON(TADOR)FIRMACIÓN

Vamos a situarnos mejor. Estamos hablando de la Sonsierra riojana, en la margen izquierda del rio Ebro a los pies de la Sierra Cantabria, que protege esos parajes de los vientos húmedos y fríos con sus lluvias que llegan del Atlántico. O lo que es lo mismo, estamos hablando de la zona por antonomasia con evidentes vínculos históricos en el cultivo de la vid de toda La Rioja. No podía ser de otra manera que aquí surgiera una figura audaz, imaginativa, contumaz y peculiar por mor de ser fruto genuino de la idiosincrasia y los tiempos de cambio experimentados en el país. Figura que, todo hay que decirlo, ha venido a ser el palo de lanza, la pica, el pendón florido que ha cautivado el espíritu apolíneo y crítico del amigo americano.

En 1996, por su cuenta y riesgo, empieza a vinificar en el garaje de su padre y a criar el vino en una de las cuevas bajo el suelo de la iglesia-fortaleza que enseñorea el skyline de ensueño del paisaje riojano. En 2001 decide dar el nombre de CONTADOR ( en clara sinergia de lugar, modo y utilitarismo) al que en muy poco tiempo habría de ser un vino rompedor. Contador es un vino que se reinterpreta a si mismo cada cosecha y ese es su éxito: que no siempre lleva las mismas uvas. ¿ Y qué mejor para empezar a llamar la atención que asignarle un precio por encima de todos los demás?. Y es que Benjamín Romeo tampoco era ni practicaba como los demás. Ya desde el principio suscitaba comentarios del tipo “¿Dónde va este?” al verle en las viñas llenarse de barro, cuando los que hacían vino no se dignaban salir de la bodega. Porque para él la materia prima es fundamental si se quiere lograr un gran vino. Y saber optimizar el poderío vitícola de San Vicente con su naturaleza privilegiada en esos terrenos quebrados, pobres, e interpretar cada cosecha jugando con altitudes y orientaciones, régimen de lluvias y demás parámetros, y finalmente ensamblar los vinos de los distintos suelos en el porcentaje preciso… necesita una cierta dosis de arte, intuición, así como una forma de trabajar que se salga de lo común.

Además, Benjamín –por haberlo mamado y aprendido así – profesa el respeto natural en las gentes del campo por el entorno (el ecologismo que hoy en día se predica no deja de ser la vuelta necesaria a las viejas prácticas de toda la vida donde todos los seres vivos conviven en perfecta simbiosis de la cual todos sacan provecho). Trabajo manual, tratamientos orgánicos, observación del cielo y aprendizaje de las variantes climáticas y temporales en primera instancia. Luego más trabajo manual y pericia en tiempos de vendimia; y las tareas alquimistas de vinificar, o lo que es lo mismo, la atenta y acertada toma de decisiones; y con posterioridad la elección del roble adecuado: el tipo, el tostado, el tamaño, el tiempo de permanencia.

Con todo este bagaje personal por bandera más eso que llaman suerte, o estar en el lugar correcto en el momento adecuado, y además desde su pueblo “que es donde mejor se está”, Benjamín Romeo de entrada se ha labrado una posición en el universo vinícola que no deja de ser de auténtico relumbrón: de San Vicente de la Sonsierra a las cuatro esquinas del mundo donde gentes extrañas apetecen su vino porque les proporciona auténtico placer sensorial, además de ese viaje siempre deseado a la novedad, a lo exótico, a lo prohibido. Aún así sobrelleva con normalidad el éxito (a veces agridulce) desde su postulado de siempre: “si te comportas con naturalidad, los demás hacen lo mismo”. Se siente orgulloso, claro, pero insiste en que no hay que creérselo demasiado; hay que seguir en la brecha, ir poco a poco sopesando las circunstancias y compartiendo, en fin, el éxito con los distribuidores y clientes; mantener las líneas ya abiertas en vez de dejarse encantar por tentadores fajos de dólares. La felicidad, en suma, “is a warm gun” (es un fusil recién disparado) que ha podido matar a cualquiera, como ya cantó en su día John Lennon y Benjamín sabe muy bien. Y apunta además: “Mi bodega es un proyecto muy personal. Mis vinos soy yo”. Amén.

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Claves de vinos y apreciación sensorial

Sobre el autor

Sólida formación como docente en Cursos de Análisis Sensorial de vinos y otros productos agroalimentarios; dilatada experiencia en servicios de alta gastronomía; disfruta transmitiendo su pasión por el mundo del vino y su cultura. Desde 2001 colabora en ayudar a descubrir lo fascinante del uso de los sentidos para gozar plenamente del los vinos y gastronomía en La Rioja. Director de www.exquisiterioja.com


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