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LA RIOJA COMO DESTINO

Muy lejos quedan aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX en que La Rioja languidecía durmiendo el sueño de los justos, embebiéndose también en sus propios vinos cuyas elaboraciones en muchos casos dejaban mucho que desear. Fue primeramente el Marqués de Riscal quien se decidió a contratar a un enólogo francés para modernizar las obsoletas prácticas enológicas propias de la región. Y ya después, cuando la filoxera arrasó el viñedo francés y los negociantes franceses se vinieron por estos lares, al conformar el núcleo de bodegas del llamado Barrio de la Estación, en Haro, se propició que La Rioja pudiera subirse al carro de la modernidad en el mundo del vino.

Entonces, como desde muchos siglos antes y como hoy mismo, La Rioja -tierra de paso por donde pasa el río Ebro vehiculando riqueza y cultura- continúa siendo una tierra seductora, un envite o reclamo para tantas gentes que, o bien de paso o bien o bien que llegan a probar fortuna, deciden quedarse y hacer patria aportando su saber, su esfuerzo y su ilusión en pos de conseguir esos vinos que realmente retraten el espíritu y las posibilidades de esta tierra.

Lo más fascinante es que, incluso hoy en día, La Rioja continúa siendo un potente motor de cambio en lo que al mundo del vino se refiere. Gentes de aquí y gentes que siguen llegando de fuera movilizan voluntades y recursos, abriendo nuevas vías que necesariamente dan frutos. Más aún: resulta que es ahora, en estos tiempos, cuando probablemente se está dando la vuelta de tuerca para, por una parte recuperar la tipicidad propia, el nombre, el sabor que hace siglos se reconocía en los vinos de los distintos pueblos y pagos, y por otra parte asentar y lanzar al futuro los logros que se están cosechando gracias a personas que siguen eligiendo La Rioja como destino profesional y vital.

DOS HISTORIAS Y DOS VINOS DE HOY

Vamos a hablar de dos profesionales -uno de aquí y otro llegado de Francia- que ahora mismo (cada uno a su manera) están desarrollando sendos proyectos desde perspectivas entusiastas e integrales y que se basan en formación más experiencia, ya adquiridas, junto al desparpajo implícito de hombres jóvenes que controlan y realizan todas las tareas de la cadena productiva del vino, desde los rudimentos de los trabajos en las viñas hasta la apuesta personal de ponerle cara a sus vinos ante el consumidor final en destino.

Alfredo Bernaldez, Alvar Bodegas y Viñedos. Él es de Nájera. Indagando resulta que ya su abuelo elaboraba el licor Valvanera con los monjes benedictinos, en el monasterio señero de La Rioja. De jovencito se vio, como tantos, buscándose las habas trabajando de camarero o lo que se terciara hasta que terminó enología y empezó a trabajar en bodegas desde abajo, tocando todos los palos y conociendo en carne propia todas las vicisitudes de las vendimias y todos los recovecos de las elaboraciones y trabajos posteriores. Así durante más de dos lustros.

Sin embargo su reto era hacer su propio vino, inquietud que al fin logró cuando unió fuerzas con su socio –con quien comparte las mismas ideas- y fundó la bodega (aunque todavía están en instalaciones alquiladas). ¿Con qué propósito? Claro, ganar dinero. Pero eso deberá llegar después, con los años; mientras tanto está disfrutando con su pasión: elaborar y dar a conocer vinos monovarietales que exploten las potencialidades de las distintas uvas riojanas, y que superen los clásicos “coupages” de rioja. Así, con garnachas autóctonas del alto Najerilla de más de ochenta años y rendimientos de 3.500 kilos/ha. que, sí, dan más trabajo, pero no tienen nada que ver con las garnachas francesas que se plantaron hace treinta años, llega a conseguir parámetros –según sus apreciaciones- superiores al tempranillo, en color, en frutosidad y en elegancia. Maceraciones en frío, técnicas de última generación y roble francés de calidad hacen el resto para luego alumbrar su línea de vinos varietales LIVIUS (aunque también produce la marca MILETO, ya de distinta composición varietal y de mayor rotación)

Al final, lo que resulta más pertinente es que su labor no termina con el vino embotellado, más bien al contrario: la aportación genuina de estos jóvenes productores que están sentando las bases del rioja del futuro, es que entienden la botella de vino como una obra de arte que igualmente debe consumirse en conjunción con otras expresiones artísticas. De esta manera se entienden iniciativas como la cena-cata lírica (en un restaurante se come y se bebe el vino al tiempo que camareros cantan ópera, experimentando la interacción de las distintas apreciaciones sensoriales; todo un lujo sibarita).

Lujo para los sentidos es su Livius Tempranillo 2006, que se presenta en una botella con un diseño impecable y que se elabora con uvas de cepas de 80/100 años. El vino requiere que se le preste atención y se le mime. Sólo al cabo del tiempo va concediendo sus favores: color seductor donde prima el rojo picota con amoratados en capa fina. Se atisba primero una cierta reciedumbre propia del viejo tempranillo sin pulir, e inmediatamente resaltan apetitosos lácteos finísimos (calostros). Aromas limpios que denotan minerales (mina de lápiz, pedernal); y luego van apareciendo los jugos de grosellas, frutos rojos silvestres y ciruela Claudia; también hinojo que se torna regaliz, así como notas florales (clavelina mediterránea). Lo más enjundioso es que la madera no aparece por ningún lado, apenas se perciben rasgos de frutos secos, (almendras).

Estilizado en boca, fino; con una expresión frutal que acaricia el tacto bucal con taninos dulces y sedosos, como si de una elegante damisela se tratara. Buenas sensaciones, honestidad. La característica más reseñable es su delicadeza, junto a su radiante juventud. Bien es cierto que no aparecen notas terciarias, ni siquiera especiadas, ¿para qué?. Su encanto reside en su accesibilidad y su impresionante puesta en escena sensorial: te atrapa a fuerza de no poder dejar de sentirte acariciado. Probablemente estamos ante el tipo de vino que demandan los nuevos tiempos: moderación con encanto y vuelta a lo natural.

Oliviere Riviére. Oliviere Riviére Vinos. Hace treinta y un años que nació cerca de Paris, pero se crió en Cognac; sin vínculos con el mundo del vino. Aún así, en Francia en general existe una cultura del vino bastante desarrollada que igualmente impregnó su adolescencia hasta el punto de verse estudiando Enología y Viticultura en Burdeos. Al terminar los estudios se sintió atraído por la Borgoña; quería entender qué significa el concepto “terroir” y allá que se fue a trabajar en distintas bodegas sobre todo relacionadas con la biodinámica y el cultivo orgánico. Durante casi cinco años vivió la casi religión que el “terroir” significa en Borgoña, esa íntima relación entre una misma variedad en distintos “crus”, entendiendo el trabajo en los viñedos y la climatología. Ya en 2004, y todavía en fase de aprendizaje, se le ofreció la oportunidad de trabajar con Telmo Rodríguez en Rioja, y en Ollauri elaboró las cosechas de 2005 y 2006.

Oliviere sabía que tarde o temprano haría sus propios vinos, y sin melindres se planteó desarrollar proyecto propio por estos lares. ¿Qué mejor para ello que explorar posibilidades todavía inéditas en La Rioja? Uvas ecológicas y la zona por explotar al sur de la N-120, en Cárdenas, se ofrecían como reclamos. Allí medran viñedos viejos (buena señal) supervivientes de otros tiempos y otros tipos de vinos. La verdad es que a La Rioja le queda -sí- aún mucho camino por recorrer; pero haciéndose preguntas e indagando en busca de esas cepas que no han visto herbicidas y están perfectamente sanas (buena señal), con uvas que atesoran la energía y la chispa que aporta la perfecta simbiosis de la genética de la planta con el terreno, puede lograr el avispado enólogo –en su labor de acompañarlas y ayudarlas- que lleguen a expresar la esencia del lugar.

Oliviere come uvas antes de la vendimia para luego decidir cómo se van a vinificar, y cria los vinos por variedad y viñedo. Con posterioridad hace el “assemblage”, o sea, el mejor vino posible con lo que ha conseguido. Así, en 2006 produjo 9.000 botellas y del 2008 serán 35.000 de sus marcas RAYOS UVA joven, GANKO el cabezota con once meses de barrica, JEQUITIBA (nombre de un árbol del Amazonas, en homenaje a su mujer) blanco, y algún otro que saldrá nuevo. Sabe que el estilo de vinos que está haciendo todavía no se entiende por aquí, pero en otros lugares la gente no gasta los mismos corsés mentales. Y se da por satisfecho al vender el 85% de su producción en Japón, Reino Unido, USA, Francia, etc. Es sin duda otra versión de la vocación exportadora de La Rioja pero con nuevos postulados comerciales: pone su físico y su alma detrás de sus vinos y se va, junto a otros jóvenes vinateros de otras zonas productoras, a un castillo cerca de Burdeos, al rebujo de Vinexpo para ir colocando sus vinos en distintas partes del mundo.

Estamos en tiempos difíciles, pero con vocación de continuidad y sentido de la colaboración enriquecedora (asesora otras bodegas), seguro que iremos viendo cosas como este GANKO 2007para disfrutar. Con un diseño de botella y etiqueta rabiosamente moderno, tempranillo y garnacha a partes iguales y fermentado con levaduras naturales, el vino se presenta con un color rojo granate y reflejos violáceos en el ribete, bien cubierto. En nariz es limpio; de una frutosidad manifiesta: grosellas, frutos rojos junto a notas de arpillera de un roble apenas insinuado. Flores azules, ecos de primavera y otros aromas sugerentes que evocan recuerdos de pureza: azúcar “candee”, regaliz, especias dulces y algún apunte de farmacopea junto a lácteos muy finos.

Fresco, vivaz en boca y a la vez carnoso. Tacto bucal impecable con buen peso de fruta y un posgusto nítido que deja sensaciones acariciantes. El vino tiene hechuras de vino seductor, que engancha; con mucha fruta, pero fino y elegante con taninos golosos y vibrantes que se manifiestan en el paso de boca. Retronasal media y de nuevo evocadora. Realmente se podría argumentar que es un vino no fácil de ubicar en el panorama previsto de Rioja; no más bébelo y comprobarás que los estereotipos están para ser derribados: el vino gusta, se agradece el trago y genera dulces sensaciones, aquellas que suelen prometer los encuentros de la efímera juventud.

Temas

Claves de vinos y apreciación sensorial

Sobre el autor

Sólida formación como docente en Cursos de Análisis Sensorial de vinos y otros productos agroalimentarios; dilatada experiencia en servicios de alta gastronomía; disfruta transmitiendo su pasión por el mundo del vino y su cultura. Desde 2001 colabora en ayudar a descubrir lo fascinante del uso de los sentidos para gozar plenamente del los vinos y gastronomía en La Rioja. Director de www.exquisiterioja.com


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